La paciencia siempre tiene su recompensa. Daniel Caverzaschi (Madrid, 11 de julio de 1993) lo ha demostrado sobre la pista del Ariake Tenis Park, con aplazamientos varios, ya fuera por el asfixiante calor o por la lluvia de Tokio. Sin ir más lejos, este miércoles se retrasó durante horas su partido de cuartos de final contra el neerlandés Tom Egberink, con quien terminó perdiendo por 6-4 y 6-3. A pesar de la derrota fue una cita con la historia, ya que ningún tenista español en silla había llegado hasta ahí en el cuadro individual de unos Juegos. Lo hizo después de vencer al belga Joachim Gerard (el tres del mundo) y de dejar antes por el camino al británico Dermot Bailey y al sudafricano Evans Maripa.
Pero su paciencia no sólo ha quedado patente en Tokio. También en el camino que le ha traído hasta aquí. Ya en Río se convirtió en el primero en llegar a octavos. A sus 28 años, el decimocuarto del ranking internacional, es todo un veterano. Estos son sus terceros Juegos y lleva más de la mitad de su vida dedicada al tenis, en el que empezó a los 12 años. “Me siento joven, pero ya soy veterano. Los Juegos de Londres fueron increíbles. Me costó mucho estar ahí. Me clasifiqué en el último momento. Tenía que estar entre los 55 mejores del mundo y lo conseguí siendo el 53 ó 54. Hasta la última semana no se sabía. Disfruté como un niño. Mi familia y amigos se vinieron. Tenía 18 años y me di cuenta de la magnitud de un evento como ese”, explicaba a As días antes de poner rumbo a tierras japonesas.
Después vendría Río y su diploma, una progresión que continúa. “Soy otro tenista. Además de haber mejorado muchos aspectos de mi juego, estoy más acostumbrado a gestionar la presión, los momentos tensos de partidos importantes y lo disfruto más”, analiza el madrileño para quien la mente tiene tanta importancia (o más) que el físico. Hace meditación y tiene en su libreta un tesoro. Sus anotaciones van desde los aspectos técnicos del juego hasta la montaña rusa de emociones que puede llegar a experimentar. "En el tenis estás solo ante los problemas y la meditación me hace calmarme y centrarme. Lo de la libreta me ayuda. Ahí tengo de todo. Me desahogo. Desde insultarme (‘Me cago en todo Dani, haz lo que tienes que hacer’) a cosas más tácticas (‘Tírale dos al revés y luego ábrele a la derecha’). Es gracioso. A veces leo lo que he escrito en el pasado y me río. Las conservo en casa de mi madre. Algún día las sacaré a la luz”, bromea.
Porque si algo le define es su gran sentido del humor. La llave para vivir y transmitir su experiencia con la discapacidad, con la que convive desde la infancia, tras nacer sin fémur ni rodilla en la pierna derecha y con afectaciones en la izquierda debido a una malformación congénita. “Va mejorando la percepción y normalización de la discapacidad, pero todavía estamos lejos de otros países. Viví en Inglaterra, allí estudiaba la carrera —se graduó con Matrícula de Honor en Económicas por la Universidad de Warwick como homenaje a su padre, que falleció meses antes— y participé en los Juegos. Todo se transformó. De repente los deportistas paralímpicos se convirtieron en estrellas. Yo iba a una tienda a comprar ropa y no se apartaban todos o me venían a ofrecer ayuda. Era un cliente más, te daban los buenos días y... ‘Oye, cualquier cosa, me dices’. En España vamos evolucionando, pero continúa vigente ese estereotipo del pobrecito. En mi caso se normalizó la discapacidad desde pequeño. Mis padres me trataban como uno más y mis amigos me decían: ‘Eh, cojo’ y yo le respondía: ‘Eh, negro’. Siempre había mucho humor. Esa es la mejor manera", argumenta.
Por eso nació #ValeLaPierna. Su hashtag. Su leitmotiv. Su lema de vida. Una vida que en la que juega un papel importante la solidaridad. Acaba de presentar una línea de camisetas, diseñadas por la marca Silbon, cuyos beneficios se destinarán a la compra de material adaptado de base por parte del Comité Paralímpico Español. Hay cinco modelos diferentes, con frases como 'Error 404. Leg not found', ‘Soy COJOnudo’, ‘Imperfectamente Perfecto’ o ‘Discapacitado. No el único proyecto que tiene entre manos. "La ayuda de P&G servirá para que la Fundación Bepro cree más escuelas de tenis en silla por toda España. Llevan ocho este año y también se va a impulsar un directorio. Hay muchos centros, escuelas, academias o fundaciones donde se puede practicar deporte adaptado pero la gente no lo sabe. Me gustaría universalizar el acceso al deporte", afirma.
Para Dani el deporte es uno de los grandes pilares de su vida. Los probó todos en su infancia en Estados Unidos: natación, baloncesto, esquí... Incluso el tenis de pie con una prótesis. "Me gustó, pero no me enganchó. Me freían a palos todos, no podía seguirles el ritmo. Hacía fútbol y era diferente porque jugaba como portero y me podía tirar y atajar, pero en tenis… ¡Imagínate! Fui a cuatro o cinco clases nada más y seguí con otros deportes. Luego cuando probé el tenis en silla, que ahí sí que estaba en igualdad de condiciones, me encantó”. Cuestión de paciencia...