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El secreto de Keanu Reeves es más complejo que Matrix… Pero vamos a intentar descifrarlo

El secreto de Keanu Reeves es más complejo que Matrix… Pero vamos a intentar descifrarlo

PARÍS, LA VÍSPERA DE HALLOWEEN. Sentado en el reservado de una brasserie parisina, con medio capuchino en una taza de porcelana, Keanu Reeves toquetea la pantalla del móvil con la mano izquierda, cubierta de cortes con sangre seca. “A ver, dónde está...”, suelta. Busca un mensaje de texto que envió hace casi dos años a Carrie-Anne Moss, su compañera de reparto en la franquicia Matrix. Keanu Reeves ha llegado a la cita hace unos minutos, puntual, habiendo dormido unas cinco horas. Estamos en Le Grand Colbert. La última vez que estuvo aquí fue en 2003, durante una larguísima noche, con Jack Nicholson y Diane Keaton, rodando el final de Cuando menos te lo esperas. Desde entonces no había vuelto a pisar el lugar.

Lleva una mascarilla quirúrgica, un gorro de punto negro sobre su larga melena negra, una chaqueta negra de motorista y vaqueros. Muestra su certificado de vacunación al maître antes de entrar en el luminoso salón de techos altos, lámparas de globo enormes, barandillas de latón, vasos tintineantes y camareros con camisas inmaculadas y delantales oscuros. Se quita la mascarilla y atraviesa el restaurante, mientras los comensales y los camareros le observan. Es un momento surrealista, como un salto en el tiempo. Como cuando Meg Ryan se deja caer por Katz’s para comer un sándwich de pastrami.

Nathaniel Goldberg

Se detiene en una mesa para charlar con alguien que había trabajado con su novia, la artista Alexandra Grant. Pasa al lado del cubículo donde se filmó la famosa escena. La gente siempre pide esa mesa. Hoy, la mujer sentada donde se sentaba Keanu Reeves –porque le encanta esa película– ha levantado la vista y, al verle, casi se le atraganta el caracol.

Sigue buscando en el móvil. “Uf, eso duele, ¿no?”, le comento. “La mano”. Gira la mano y la mira, mostrando un corte que se extiende por el lado de la palma desde el meñique hasta el hueso de la muñeca. “Oh, sí”, afirma. “¡Gajes del oficio!”.

Keanu ha quedado conmigo para promocionar Matrix Resurrections, la cuarta entrega de una franquicia multimillonaria, aunque la razón por la que está en París es el rodaje de la cuarta entrega de John Wick, su otra franquicia multimillonaria. “Ahora estamos rodando por las noches, y hoy hemos acabado a las siete de la mañana”, me explica echándose el pelo hacia atrás, aún húmedo de la ducha. “Me acabo de despertar”. Es la una y cuarto. Tose un poco.

Nathaniel Goldberg

Yo sigo mirando su mano. “¿No te duele?”. Por un momento me mira sin comprender, pero luego se da cuenta de que soy yo el que no entiende. “Oh, no, todo esto es sangre de película”, ríe divertido. “No se va con el primer lavado”.

Vuelve a su teléfono, concentrado. Se desplaza por docenas de mensajes, un borrón de burbujas de texto azules y grises que se alternan, las grises –las de la otra persona– puntuadas a veces con emojis y corazones. “Siento tardar tanto”, suelta Keanu. Una disculpa que me sorprende porque me está haciendo un favor: está buscando un mensaje de texto que le he pedido, que contiene pruebas de que está haciendo un favor a otra persona, en este caso a Moss (fue ella la de los emojis y los corazones).

“Es raro volver a leer esto”, confiesa, perdido en los mensajes de texto de la misma manera que cuando uno se desplaza hacia el pasado. “Muy oportuno para Resurrections”. Sigue buscando en silencio. Al darse cuenta de que habrá un tiempo muerto muy largo en mi grabación, se inclina y dice en voz alta: “Todavía estoy buscando la lista”.

Nathaniel Goldberg

Hacia el final del rodaje de Resurrections, Moss le pidió que le recomendara películas buenas para ver con sus hijos adolescentes. “En las películas de Matrix, siempre he sentido que yo era su compañera, y él era mi compañero”, me contó Moss. “Nunca tuve la sensación de que él fuera la estrella. Su ética de trabajo no se parece a la de nadie que haya conocido: entrena más, trabaja más, se preocupa más, siempre hace más y más preguntas para comprender la profundidad de lo que estamos haciendo. Y mientras hacía todo eso, tenía siempre un momento para mí. Como cuando le pedí esas películas. Ya sé que parece una minucia, pero aun estando tan ocupado –está agotado– se tomó el tiempo de confeccionar esta lista tan reflexiva”.

“Está aquí, en algún sitio”, farfulla Keanu. “¿Hay algo más de lo que quieras hablar mientras rebusco?”.


Un mes antes

“¿Ya estamos en octubre?”. Tarda un segundo. No por el desorden generalizado que ha causado la pandemia. No. Keanu tarda un segundo porque lleva dos días en París –no, espera, este es el tercero– y antes estuvo seis meses en Berlín, rodando de noche y durmiendo hasta media tarde. Lo que él llama “horario de vampiro”. Ha hecho las maletas y ha venido aquí sin pasar por casa y, bueno, uno se pierde con tanto cambio. Pero sí, es 2 de octubre, o 3. Es sábado. Son las tres de la tarde y acaba de despertarse. Ha tomado una tostada con mantequilla de cacahuete y miel, y bebe café en un vaso de cristal. Lleva la barba de John Wick, que recorta periódicamente para que tenga siempre la misma longitud durante los meses de rodaje. Tras el café... “Un momento”.

Mira al teléfono que está sobre la mesa y sonríe. “Perdona, no son las tres, son las cuatro de la tarde”. Estamos en Zoom. Él está en París, pero sentado delante de una pared blanca. Podría estar en cualquier sitio, a menudo lo está.

Pronto los rodajes nocturnos se alargarán. Una llamada a las siete de la tarde bien puede convertirse en una a las dos. Ahora está con el entrenamiento físico. Y rodando escenas de lucha, en las que corre y salta.

“¿Así que esas noches están a punto de volverse aún más duras?”. “¿Duras? Vamos, hombre. ¡Estamos haciendo una película!”. Hace una mueca, se ríe: “¿Duras?”.

Nathaniel Goldberg

El día de hoy está nublado en París. A 15 °C, Keanu lleva el gorro de lana y un forro polar negro con cremallera. Siempre lleva demasiada ropa para estas largas expediciones, y un puñado de libros que no tendrá tiempo de leer pero que le gusta llevar consigo, aunque acaba de terminar Trouble Boys, una biografía de la banda The Replacements que le regaló un amigo por su cumpleaños.

Es otro día más en un lugar en el que normalmente no vive. Trabaja, duerme y, cuando no está trabajando, “sigue ocupado con trabajo”: es tiempo que dedica a entrenar, preparar escenas, desarrollar el próximo proyecto... “¿Y si, en medio de los viajes y los rodajes nocturnos, te despiertas sintiéndote mal, con los huesos cansados o un poco de dolor de garganta?”. Vuelve a poner esa cara, esa sonrisa de desaprobación: “¿Y? Pues te tomas una infusión caliente con limón y miel. No sé. O te abofeteas en la cara”. Se da una bofetada en la cara. “Estira los músculos. Concéntrate, hombre. Concéntrate”.

Tiene 57 años. Han pasado más de dos décadas desde que se estrenó la primera película de Matrix. Veintisiete años desde Speed. Treinta y dos desde que dio a conocer al mundo a Ted Logan en Las alucinantes aventuras de Bill y Ted. Y aquí está el tío: filmando el nuevo John Wick, promocionando el nuevo Matrix. “Solo intento tener una carrera”, declara.

Algunos de sus personajes a lo largo de los años pueden parecer de lo más bobo: Ted, por supuesto, pero véase también su encantadora actuación en una película llamada Un príncipe en América. Otros son tan serios e impertérritos que parecen implacables: Thomas Anderson en Matrix, Wick, Johnny Utah en Le llaman Bodhi. Sin embargo, sabes que siempre hay algo más. Nos creemos sus personajes porque no se asustan en ninguna circunstancia. Saben algo, y nosotros queremos saber qué. Él lo achaca a que los guiones están bien escritos. O a la labor de los directores. “Yo solo soy una pieza más”, comenta. Y uno piensa: “Sí, pero no”. Hay algo que no revela. ¿Sabe algo, Keanu, que a nosotros se nos escapa?


Momento Keanu en estado puro nº1

Cuando Keanu tenía unos 24 años, en 1989, Ron Howard le dio un papel en Dulce hogar... a veces. Dio vida a Tod, un adolescente al que le gustaban las carreras de coches y que salía con Julie, una chica popular (Martha Plimpton). Al hermano pequeño de Julie lo interpretó Leaf Phoenix –que más tarde se cambió el nombre por el de Joaquin–, cuyo hermano mayor era en la vida real el novio de Plimpton. Así es como Keanu conoció a River Phoenix.

River vivía entonces en Gainesville (Florida), a menos de dos horas de los estudios Universal de Orlando, donde se rodaba Dulce hogar... a veces. Como le gustaba estar con su novia y su hermano pequeño, River estaba en el plató todo el día. Plimpton y Keanu se gustaron desde el principio, ella le presentó a River, y luego los tres jóvenes empezaron a salir por ahí. A veces se les añadía Leaf, de 13 años.

En la pantalla, Keanu y Plimpton congeniaron como una pareja joven, seria, torturada y con problemas de corazón.

Nathaniel Goldberg

“Sencillamente nos gustamos”, dice Plimpton para explicar por qué Tod y Julie se convirtieron en una de las parejas adolescentes más recordadas de los 80. “Éramos amigos. Nos lo pasábamos bien. Fuimos a Disney World. Hicimos viajes por carretera. Bailamos el álbum Off the Wall de Michael Jackson en nuestra caravana. Nos gustábamos”.

Mientras estaban allí se estrenó Las alucinantes aventuras de Bill y Ted, y Keanu, Plimpton y River fueron al cine a verla. Hicieron un viaje en moto a... ¿Cayo Hueso? –nadie está muy seguro– para ver a la banda indie-rock The Feelies. Plimpton solo tenía 18 años, pero después, en el bar, se tomó una cerveza. “Estábamos jugando al billar y Keanu fue al baño. De repente se encendieron las luces y miré hacia arriba y había un policía. Me pidió una identificación, y yo me quedé aterrada porque me habían pillado. Entonces Keanu aparece y me reprende: ‘¿Qué has hecho? ¿Le has dado un sorbo a mi cerveza?’. Intentó sacarme del apuro”.


CUANDO ERA PEQUEÑO, KEANU REEVES A VECES SE SUBÍA solo en el metro hasta el final de la línea. Era un niño que al salir de clase jugaba al hockey con otros niños hasta el anochecer en las calles del bohemio barrio de Yorkville, en Toronto. O hacían peleas de castañas. Otras tardes vagaba solitario. Había solo dos líneas de metro en Toronto, y él vivía cerca del punto medio en el que se encontraban. Cogía alguna de las dos, hasta la parada de Kennedy, o subía y bajaba de los distintos vagones: los niños viajaban por 25 centavos, y él podía hacerlo durante horas. Al final, cuando llegaba al la última estación, paseaba por una parte desconocida de la ciudad. Nunca se asustó. Quería ver lo que había ahí fuera. Hoy en día, cuando se encuentra en una ciudad nueva, Keanu se siente más cómodo de lo que lo estaríamos tú o yo.

Momento Keanu en estado puro nº2

“Sabe escuchar”, dice Sandra Bullock. “Y eso vuelve a la gente loca. Mucho”.

Bullock conoció a Keanu en el plató de Speed (1994). Tenían amigos en común. Y el mismo publicista, por lo que a veces acababan en el mismo evento de Hollywood y se tomaban una copa después. Nunca se liaron. “No”, asegura ella. Sostiene que eso habría arruinado una gran amistad. “Pero ¿quién sabe?”, añade de repente. “Me parece que Keanu es un tipo que es amigo de todas las mujeres con las que ha salido. No creo que haya nadie que tenga algo malo que decir sobre él. Así que tal vez podría haber funcionado. No lo sé. Pero no hubo nada. Simplemente llevamos caminos paralelos. De vez en cuando quedamos a cenar e intentamos trabajar juntos. Cuanto más tiempo pasa, más me asombra el ser humano. ¿Habría sido capaz de decir eso si me hubiera dejado y me hubiera hecho enfadar? Probablemente no”.

Nathaniel Goldberg

Más o menos un año después de Speed, Bullock y Keanu se encontraron de repente. En la conversación salió de pronto el tema del champán y las trufas. Bullock soltó, de pronto, que ella nunca había tomado ni champán ni trufas. Lo dijo como quien no quiere la cosa, sin darle importancia. “¿En serio?”, le preguntó Keanu. “No, nunca los he probado”, respondió Bullock y la conversación derivó hacia otros temas.

Al cabo de unos días, Bullock estaba sentada con una amiga en el salón de la casita que acababa de comprar. Se estaban pintando las uñas. Oyó un motor fuera, que resultó ser la moto de Keanu. Llamó al timbre y Bullock abrió la puerta para encontrarlo con flores, champán y trufas. Suelta: “Pensé que te gustaría probar el champán y las trufas, para ver qué tal”. Se sentó en el sofá. Bullock sirvió un poco de champán y abrieron las trufas. Keanu sacó las manos, sin decir nada, y Bullock le pintó las uñas de negro, igual que ellas. No se quedó mucho tiempo. De hecho, tenía una cita, a la que llamó para decirle que ya iba para allá, y se fue.

Nathaniel Goldberg

“A eso me refiero con que te vuelve loca”, dice Bullock. “Cuando le conocí, yo no paraba de hablar, para que se sintiera cómodo. Y cuanto más parloteaba yo, más se callaba él. Y yo pensaba: ‘¡No entiendo qué le pasa! Me mira con ojos de confusión. Está callado. ¿He dicho algo que le ha ofendido?’. Y entonces, días después, llegaba con una nota o un pequeño paquete, y decía: ‘He pensado en lo que dijiste el otro día’. Y te daba su respuesta”. Bullock, que a veces habla como un torbellino, se queda callada un momento. Luego pregunta: “¿A cuánta gente conoces que sea así?”.


“¿HAY ALGO MÁS DE LO QUE QUIERAS HABLAR mientras rebusco en el móvil?”. Ha empezado a caer una lluvia gris en París, pero en el interior de Le Grand Colbert, los camareros vuelan llevando platos de pollo asado y chateaubriand, la gente se ríe y pide más vino, un niño con pajarita apuñala un profiterol del tamaño de un globo con un tenedor diminuto... Parece un día de fiesta.

Le pregunto a Keanu cómo se las apaña para conectar tan bien con los demás; es algo que siempre se lee sobre él y que la gente me cuenta. Por supuesto, nadie es todo el tiempo encantador. (“No quiero que mis palabras hagan que parezca un puto monje budista zen”, enfatiza Martha Plimpton.) Parece más bien que tiene algo de lo que podemos aprender. “¿Ah, sí?”, se sorprende. “Bueno, por supuesto que algo de eso hay. Hay una parte que nos viene dada y otra que aprendemos. No todo nos viene dado según nuestra naturaleza”.

Realmente me interesa saber de dónde saca él ese carácter.

Nathaniel Goldberg

“En términos del desglose biológico, psicológico, cultural y genético, estoy seguro de que ahí hay un montón de cosas, pero por eso mencioné la idea de la naturaleza, porque incluso de niño era bastante empático”. Bien, espera, aquí vamos. Había otra lista, pero esta era la última lista. “Nueva lista de películas recomendadas por KR”. Es una mezcla de películas de Reeves con otras cosas:

The Neon DemonLa naranja mecánicaRollerballAmor carnal¿Teléfono rojo? Volamos hacia MoscúLos siete samuráisAmadeusRosencrantz y Guildenstern han muertoPosesión infernalArizona BabyEl gran LebowskiNikita, dura de matarEl profesionalEl jovencito FrankensteinSillas de montar calientesLos caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidoresEl fuera de la leyMad Max 2, el guerrero de la carretera

Se detiene, con los ojos aún en el móvil. Sonríe. “Sí, sí, esto era para ella”.


SE FUE DE CASA A LOS 18 AÑOS SIN HABERSE GRADUADO en ninguno de los cuatro institutos a los que asistió, y a los veinte se marchó de Toronto conduciendo un Volvo 122 británico de color verde carrera de 1969, directo a Los Ángeles. Leía a Philip K. Dick, La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams, y a William Gibson. Cosas que daban que pensar. Leyó a Shakespeare una y otra vez. En algún momento de 1990, habiendo aparecido ya en una docena de películas, leyó un guion inspirado en Enrique IV titulado Mi Idaho privado, de Gus Van Sant: la historia de una pareja de buscavidas que se las apañan como pueden, desesperados por vivir al límite. Hizo esa película con River Phoenix.

Y luego, seis o siete años después, leyó Matrix, un guion de Lana y Lilly Wachowski. “Solo lo subrayé”, explica. “Pensé [pone voz de Jimmy Cagney]: ‘¡Caray, esto es lo mío!’. Conocía muy bien ese tipo de pensamiento, había leído mucho sobre universos de multipersonalidad y perspectivas distintas. Así que cuando me encontré con el guion, pensando en esa realidad y en esa matriz, y luego en los agentes del anime y en la idea del control del pensamiento o en lo que es realidad y lo que es realidad virtual... sí, me sentí muy a gusto”.

Nathaniel Goldberg

“Esas son las historias y las perspectivas de la narración que prefiero. Siempre hay una relación (un drama, una circunstancia) en la narración. Pero para mí es genial cuando una obra de arte puede entretener pero también ser inspiradora o desafiante, o (voy a traer a colación al viejo Bardo) ser capaz de sostener el espejo delante de la naturaleza. Es mucho más gratificante porque significa que te estás metiendo en ello. Haces preguntas. Miras el diamante y ves cómo se refracta y refleja la luz. Puede ser todo, desde ‘Sed excelentes los unos con los otros’ en las circunstancias de Bill y Ted y esos personajes que lo tienen todo en contra, hasta Matrix, que es, ya sabes, ‘¿Qué es verdad?’ . Te hace enfrentarte a los sistemas de control y pensar en la voluntad, y el amor, en quiénes y cómo somos. Incluso si tomas Instinto sádico, donde hay un grupo de chicos de instituto y un asesinato. ¿Qué decisiones toman? Y luego el impacto de la tecnología en la narración: interpretar a A Scanner Darkly, o incluso a Johnny Mnemonic. Pequeño Buda, dirigido por Bertolucci e introduciéndose de una manera muy muy amplia en la práctica y el pensamiento budista. La noción de no permanencia y la conexión entre el propio cuerpo, el pensamiento y el sentimiento, y la relación de tus sentidos con el mundo y su significado. Enfrentarte a tu propia mente. Aprender a meditar, a tener experiencias de expansión mental sin ningún otro estímulo más que la voluntad, el pensamiento y estar sentado. ¡Realmente comprendes que en el mundo hay mucho más en marcha! ¿Qué está pasando?”.

No hay inclinación de cabeza. Keanu se mueve en su silla y mira fijamente hacia delante.


Momento Keanu en estado puro nº3

Al oír a otros hablar de Keanu, parece casi confuciano en su capacidad de comprender a la gente. Y de escucharla. ¿Es eso lo que sabe?

Se trata de eso, de la gente, de los demás. Le encanta el cine, sí. Adora las historias. No puede dejar de trabajar: 68 películas en 35 años. Más historias, siempre más historias. En la vida pasan cosas malas. Keanu ha visto desaparecer a gente: a su padre, casi siempre ausente; después, a su hija, perdida en el cruel azar de la mortalidad prenatal; a su compañera en la vida, desaparecida en un accidente de coche. Y su amigo River, que sufrió una sobredosis a los 23, cuando Keanu tenía 28.

En nuestra llamada de Zoom, le pregunto por él. “Se me hace raro hablar de él en pasado”, dice Keanu, casi treinta años después de la muerte de River Phoenix. “Odio hablar de él en el pasado. Era una persona especial, creativa, original, única, inteligente, con talento, reflexivo. Valiente. Y divertido. Y oscuro. Y luminoso. Fue genial haberle conocido. Sí. Inspirador. Le echo de menos”.

Nathaniel Goldberg

Bullock era muy amiga de Samantha Mathis, que en 1993 salía con River. Los tres habían protagonizado ese año la película de música country de Peter Bogdanovich Esa cosa llamada amor. Cuando River murió, había comenzado la producción de Speed. Bullock empezaba a conocer a Keanu.

“Fui testigo de la tristeza de Keanu. Y, ¡oh!, cómo sufrió por su amigo”, recuerda. “Es muy reservado, pero no podía ocultarlo. Ver cómo se afligía un hombre así. Recuerdo que pensé: ‘Caray, si eso es solo la punta del iceberg de su cariño por un amigo...’. Es algo que te cautiva”.

Por supuesto, todos hemos perdido a alguien. Y todos reaccionamos de forma diferente. En su caso es una forma de decir: “Estamos todos juntos en esto, buscando... lo que sea que busque la gente”. “Creo que uno hace todo lo que puede por sus seres queridos”, confiesa. “Y eso puede convertirse en comprender un poco por lo que pasan otros. Ser capaz de entenderlo, y compartir algo de eso, ver si tal vez hay algo que tú puedas hacer. Quizás puedes ofrecer algo, si están en una situación o en un momento confuso, o sienten que no saben cómo obrar o qué hacer. Si alguien viene a pedirte ayuda, puedes hablar de su problema, que sea una experiencia compartida. No llevas sus zapatos, pero conoces un poco el camino que han recorrido”. Le digo que me gustaría pensar que he estado ahí para los demás, pero la verdad es que no sé si ha sido así.

“Siempre podemos hacer más. Siempre. Para eso hay límite”. Inclina la cabeza, sonríe. “Pero no se puede hacer todo. No se puede”.

Nathaniel Goldberg

TRAS JOHN WICK 4 HABRÁ JOHN WICK 5 después de Matrix Resurrections. Quién sabe. Las hermanas Wachowski, Lana y Lilly, que escribieron y dirigieron las tres primeras, dijeron que ni siquiera iban a hacer esta (Lilly no ha participado en Resurrections). Keanu asegura que ahora mismo no hay ningún proyecto de ensueño, ninguna novela favorita que adaptar, ningún género que se muera por probar. “Solo intento tener una carrera”, insiste.

Bullock tiene una idea: “Nada me gustaría más que hacer una comedia con Keanu antes de morir. Solo reírme con él. Es divertido. Podemos tener 75 años; entonces será aún mejor, algo en plan Cocoon para gente mayor. Interpretando a dos viejos graciosos. Una road movie. Un par de ancianos en una autocaravana. ¡Sería el final de Speed! Solo que conduciremos muy despacio. Cabreando a todo el mundo. Esa sí que sería nuestra película”.

Winona Ryder, que conoce a Keanu desde hace 35 años y ha protagonizado con él cuatro películas, dice que son las historias las que le hacen seguir adelante. “Siempre está dispuesto a explorar parajes desconocidos, tanto en lo que respecta a los personajes como a la narración”, afirma. En Le Grand Colbert, pregunto a Keanu si le acompleja que le haga esas preguntas sobre por qué gusta tanto, y de dónde viene su fama de ser amable y bondadoso. “Hum”, se le escapa, sonriendo un poco. “Sí. Quiero decir: no creo que necesariamente quiera ser... ¡Sí! No sé”. Saca una especie de voz de Ted Logan. “Solo trato de vivir, hombre”. Cuando perdemos a alguien, tal vez eso nos recuerde que la vida es corta y todo eso. Vuelve a cambiar de voz, mucho más tranquila, y bajando la mirada responde: “Sí, seguro”. E insiste: “Seguro”. “Es un tópico, supongo”, añado yo. Enseguida levanta la vista y me contradice: “Pero es real”.

Nathaniel Goldberg

Se pone el gorro y una sudadera, todo negro, y sale a la calle. Va a ir directamente desde aquí a reunirse con un profesor de equitación. “Hay una escena, toco madera [y toca madera], en John Wick 4, la secuencia de apertura, en la que John Wick vuelve al desierto montado a caballo. Con suerte, iré a un galope muy rápido”. “¿Y tú sabes hacer eso?”, le digo. “Bueno. Por eso voy a entrenarme”.

Unos cuantos clientes le siguen fuera, se disculpan y le piden un selfie. Algunos no se disculpan. El maître trata de averiguar cuánto tiempo estará en la ciudad porque quiere presentarle a alguien. Keanu responde en voz baja, amablemente, con la energía del clásico meme 'Sad Keanu' pero más educadamente de lo que ha sido su interlocutor: “Gracias, pero probablemente no”. El hombre parece sorprendido:“¿Por qué no?”. “Por tiempo y trabajo”, replica Keanu.

Camina por la calle húmeda, pasando por edificios de cientos de años de antigüedad, hacia un profesor de equitación, para poder terminar de contar esta historia, y luego otra, y después otra más.

Kerrie Smith Campbell (peluquería) · Stephen Kelley (grooming) · Nick Sullivan (director creativo) · Rockwell Harwood (director de diseño) · Justin O'Neill (director visual) · Randi Peck (manager)

Esquire*Este artículo aparece publicado en el número de enero-febrero 2022 de la revista Esquire