Por Eduardo Limón
La camisa polo es un elemento básico y atemporal en el guardarropa de cualquier hombre. Combina a la perfección el estilo casual con un look elegante y ordenado; pulcro, definitivo. Se puede vestir fácilmente para cualquier ocasión sin dejar de ser muy cómoda. Sin embargo, la polo merece un poco más de amor del que suele recibir; por mucho tiempo fue una prenda relegada en el clóset, pero hoy recobra su poder. Especialmente si nos apegamos a la tendencia de los años 70. A medio camino entre una playera y una camisa de vestir, ésta es la prenda perfecta para muchos eventos de la vida diaria.
Una camisa polo es siempre fresca y transpirable; tan fácil y cómodo de llevar como una camiseta, pero con la gran ventaja de verse más elaborada que otras prendas. Incluso si es en color negro. De hecho, que tengas esta prenda en ese tono significa que puedes combinarla aún mejor en un sinfín de situaciones.
Fue en el siglo XIX cuando los soldados británicos adoptaron el deporte del polo de la población local en India y lo llevaron de regreso a Inglaterra después de su período de servicio. Una vez que regresó este deporte al Reino Unido, su práctica se asoció rápidamente con la clase alta y la realeza británica. Entonces, su uniforme oficial consistía en un camisa de manga larga, pantalones jodhpur y botas largas para montar a caballo. Sin embargo, los jugadores en ese momento se abrochaban el cuello de la camisa con alfileres o botones para evitar que se movieran y estorbaran durante el juego.
Más tarde, durante una visita al Reino Unido, John E. Brooks —uno de los Brooks Brothers— notó esta tendencia de la moda y la llevó a los Estados Unidos, dando origen en 1896 a la primera Original Button-Down Polo Shirt.
Tras este gran impacto en el mercado americano, Jean René Lacoste decidió a principios del siglo XX revolucionar esta prenda que los tenistas —al igual que los jugadores de polo— usaban. Decidió diseñar así su propia camisa de manga corta y tres botones, hecha de algodón piqué transpirable. Un modelo que marcó la pauta de comodidad y libertad de movimiento que tanto se buscaba en el nuevo guardarropa masculino.
Finalmente, ese paso logró que figuras de fama internacional le adoptaran como un símbolo de estilo, sofisticación y confort.
La original está hecha de algodón pesado y grueso; sin embargo, hoy podemos encontrar tres variaciones fundamentales y cada una con ventajas específicas.
En general, ésta debe quedarte pegada al cuerpo, ajustada pero no demasiado tirante. Puede ser un poco más apretada en el pecho y los brazos, para después irse amoldando con más holgura hacia la cintura. Cuanto mejor en forma estés, más ceñida puede ser tu polo; sin embargo, no querrás que te quede muy apretada. Recuerda que debes poder meter un par de dedos en las mangas; de lo contrario, cambia a la talla siguiente.
Con pantalones verde militar (chinos) que vayan bien en eventos formales e informales.
Con un pantalón deportivo en azul. Sobriedad y un look cómodo. Mejor aún si lo combinas con un saco azul para verte más joven.
Con una bata o parka para lograr un atuendo relajadamente abrigador.
Con pantalón sastre café —aunque te hayan dicho que ese match es imposible—.
Con pantalón sastre y abrigo checked para tus looks de invierno.
Como sobrecamisa para un suéter de cuello alto. Al más puro Gen-Z.