ESTA MÁQUINA HACE MAGIA
Aquí es donde entra en juego uno de los pilares de este proyecto. Un lector óptico que es capaz de agrupar las prendas que pasan por la cinta en función del color y composición, o ambos a la vez.
Disponen de un lector óptico, que en breve verá multiplicada su capacidad por seis, que es capaz de clasificar los tejidos en función del color y la composición Ángel Manso
Javi, uno de los operarios que se encarga de alimentar la máquina, explica que solo hay que asegurarse de que lo que entre por la cinta sea textil. Después, en función de lo que le pidamos, clasificará. Por ejemplo: algodón mix (multicolor), negro o blanco. Esta es una opción, pero también le podríamos decir: «Separa viscosa y poliéster» o «algodón multicolor y algodón negro». Las prendas van pasando por la cinta y cuando el lector detecta lo que le hemos pedido, unos sopladores con aire comprimido escupen las prendas hacia una cajas gigantes. El resto, que es mínimo, va al cajón de descarte. No es infalible, tiene un margen de error del 10 %, «una cifra totalmente asumible en un proceso de reciclaje».
«Este paso es clave porque necesitamos una certificación de la composición para saber lo que estamos procesando. Si no lo sabemos, del algodón podemos hacer algodón sin problema, pero del poliéster no podemos volver a hacer poliéster, porque el hilo no resistiría. Pasa lo mismo con la viscosa. En el textil el gran reto es saber qué composición tenemos para saber la aplicación. No siempre se puede hacer hilo, pero igual puedes hacer relleno», señala uno de los dos fundadores de Insertega.
Ahora mismo, la máquina tiene capacidad para dos sopladores, pero en breve contarán con una de 24, lo que supone multiplicar por seis la capacidad actual. «Estamos hablando de que reduciríamos los tiempos en muchísimo más del doble», apunta.
Lo que sucede después de pasar por la máquina nos lleva a los uniformes de Ikea. Una vez que conocemos al 100 % la composición, hay que despiezar y hacer trapo. Richard es uno de los empleados que se encarga del procesado de la prenda. Con una cortadora quita etiquetas, estampados en pegatina... Deja la tela completamente limpia. «Intentamos producir el máximo en menos tiempo. A veces perdemos algo de tela, pero contando el tiempo, la producción vale mucho más», señala.
Juan asegura que, junto al lector óptico, la formación del personal es el mayor activo de la empresa. «Tienen que ser los mejores en lo que hacen», subraya. El 100 % de la plantilla es gente con discapacidad. «El tema del reciclaje es la leche, pero lo que hay detrás a nivel social... Hace un poco vino una auditoría de Inditex Social, estamos superauditados por nuestros clientes, y nos dice la chica:‘¿No hay representante de los trabajadores?’. ‘No —le dije— pero enseguida lo ponemos’. Estuvo aquí todo el día y alucinó con el sistema. Nos dijo que éramos la empresa más atípica que había visto en su vida. Es que aquí la gente viene y te cuenta su vida. Cuando acaba el turno, tienes a dos en la puerta esperando, que te dicen: ‘Me pasó esto o lo otro...’. No hemos perdido esa esencia de Insertega Social —la nave que montaron en Culleredo (A Coruña) en el 2013 para gestionar los colectores de ropa de la calle—. Ahora bien, si escalas el proyecto a nivel internacional, es complicado que se mantenga. Y si les vas a pedir a todos lo mismo, te equivocas. Aquí se miden las capacidades de cada uno», explica Juan.
REPLICAR EL PROYECTO
Son 42 puestos en planta y 185 externos, porque desde esa misión social que le quieren dar al proyecto, derivan algunos trabajos manuales (sacar las bolsas en las que vienen las prendas, los cartoncillos de las camisas, las etiquetas de los precios...) a centros ocupacionales como Aspronaga o Paimeni. Algo que quieren mantener cuando repliquen esta nave en Cataluña, en la zona que controla su socio. «Vamos a montar otra planta en Tordera para dar servicio a todo el núcleo textil que hay allí: Oysho, Bershka, Lefties, entre otros. Queremos replicar parte de esta planta allí, pero sin perder la esencia social», añade Juan, que pide que les tiendan una mano. «Lo bonito de este proyecto sería que estuviera implicada la Administración. Buscamos apoyo porque no estamos vendiendo un proyecto piloto, esto es una realidad. Si somos capaces de crear 185 puestos fuera y 42 en planta con nuestros propios fondos, imagínate si tuviéramos un mínimo de apoyo, podríamos ser un referente».
Abrieron sus puertas en junio del año pasado, y hasta hoy han procesado mil toneladas de prendas. Ahora mismo hay tráileres esperando en Tordera, Alemania y Praga a que les den luz verde para venir a descargar a A Coruña. Aseguran que lo que ellos gestionan es una cantidad muy pequeña en relación a todo el residuo textil que se mueve en el mundo. «Somos muy pequeñitos en este escenario, por eso urge escalar esto, porque hasta ahora, todo está yendo al basurero. El hecho de que un vertedero, que es un gestor de residuos, te traiga el suyo porque no sabe qué hacer con él, da que pensar. Reciclan vidrio, plástico, colchones... son capaces de reciclar todo, menos textil. No es fácil, hay que saber la composición, tener una maquinaria especializada, desmontar la prenda manualmente, las máquinas que existen no son fiables, y aunque existieran, para nosotros, el desmontaje es el motor de todo esto», señala Juan, que advierte que ellos solo envían un 8 % de tejido que no pueden recuperar al vertedero.
Como señalamos al principio, el hito de este proyecto no solo es medioambiental, la parte económica ha sido «nuestro gran éxito para entrar en la industria». Juan explica que si al cliente le pones una prenda reciclada un 30 % más cara, puede que haya gente que la compre porque sea más sostenible, pero la mayoría de los consumidores se van a decantar por la otra. Es la realidad del mercado. «Sobre esa realidad les teníamos que ofrecer un producto reciclado a precio de mercado, esta es nuestra premisa a nivel empresarial. A día de hoy, les cuesta lo mismo el hilo que compran en origen que el reciclado. Ha sido muy complicado, nos ha llevado mucho tiempo, mucho margen comercial. Hemos tenido muchas operaciones antes de arrancar de perder dinero, pero teníamos que demostrar que éramos capaces de hacerlo, si no, no íbamos a entrar nunca. Cobramos una gestión de residuo, por eso también es sostenible para nosotros, porque si solamente nos dedicáramos a vender el trapo que procesamos, no nos sostendríamos», indica Juan, que subraya: «Aquí tenemos dos cuentas, la económica y la medioambiental. Esa carta de presentación para nuestros clientes es brutal. Si tú eres una empresa, y te digo que vamos a recuperar el 83 % de todo lo que me estás enviando a vertedero... Eso es pura magia».
Los clientes ya chocan con esa realidad cuando les mandan una prueba del producto del que se quieren deshacer. En Insertega elaboran una ficha de producto en base a una unidad de lo que supondría el reciclaje. Por ejemplo, de la sudadera de Pull & Bear de la página anterior, que pesa 657 gramos, se han recuperado 600, es decir el 86 %. Como hay 259 unidades, solo hay que echar cuentas para hacerse una idea del tejido que se salva de ir al vertedero. En función de este primer análisis, se realiza un presupuesto. Lo más barato es reciclar camisetas de algodón, porque también es lo más fácil. Al contrario, un abrigo de poliéster con botones, relleno... incrementa el precio.
DESCARTE, LO MÍNIMO
No siempre se puede recuperar todo. Cuando la fibra es muy corta, es complicado, pero no imposible. La alternativa pasa por mezclarlo con un material bueno. «Teníamos un lote de calcetines que nos estaba dando problemas al ser el hilo tan corto, porque cuando lo vas a hilar se parte continuamente. Pero teníamos tanta cantidad, ¡8 toneladas!, que no podíamos tirarlo a vertedero. ¿Qué hicimos? Diluirlo con otro muy bueno», explica Juan, que de nuevo nos remite a la bolsa gris que están haciendo para Zara en Japón. «Además de algodón multicolor testado que sale de aquí y que sabemos que da un resultado perfecto, lleva un 20 % de materias de dudoso comportamiento, por ejemplo, estos calcetines de fibra corta», explica el empresario, que ya casi al final de la visita nos confiesa cómo surgió este proyecto
Fue una tarde de cañas en Santa Cristina, en A Coruña. Estaba con su amigo Manuel, ingeniero de Caminos, que le comentó la intención de dejar su empresa. Javier, que lleva toda la vida dedicado el sector textil, lo vio claro. «El futuro es este», le dijo. Así fue como en el 2013 montaron Insertega Social en una nave de Culleredo, donde gestionan la ropa que se deposita en los colectores de la calle. Estuvieron años clasificando según el estado del producto hasta que se dieron cuenta de que un 30 % eran capaces de venderlo, de malvenderlo, a exportadores que, a su vez, derivaban a países africanos. «Estábamos seguros de que muchas de esas prendas eran residuo puro, no las enviábamos aquí al vertedero, pero allí las iban a mandar», dice Juan, que indica que fue entonces cuando descubrieron ese nicho de mercado. Y se marcaron un objetivo: «Hay que hacer algo con ese 35 % de ropa que se está yendo a vertedero, y con la industria textil también». Ese deseo, hoy es una realidad: Insertega. Y está aquí en A Coruña, Galicia, para envidia de muchos.
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