Camila Ayala solía comprar ropa cada dos meses. Lo hacía como la mayoría de las personas, en grandes tiendas de centros comerciales.
Desde hace dos años se sumó al mundo del ‘slow fashion’, una tendencia que apuesta por un consumo más consciente y más responsable de las prendas y accesorios de vestir.
Ahora, en el armario de esta joven universitaria de 22 años, la ropa que compra en boutiques de ‘fast fashion’ comparte espacio con prendas adquiridas en tiendas locales elaboradas por diseñadores ecuatorianos. Ayala cuenta que la inspiración para su activismo comenzó en redes sociales.
Uno de los sitios que descubrió es Lifestyle KIKI, un portal web creado por Estefanía Cardona. Esta especialista en marketing y comunicación de la moda explica que se trata de un estilo de vida que reconoce el valor que tiene cada prenda a partir de un ejercicio simple: saber quién y cómo la hizo, en qué condiciones y qué uso le pueda dar el consumidor.
Esta especialista asegura que el estilo de vida ‘slow’ busca que las personas frenen el ritmo de consumo abrumador de prendas de vestir.
Según ‘A New Textiles Economy’, un reporte de la Fundación Ellen MacArthur, entre 2000 y 2015 la producción de ropa se duplicó en el mundo. Pasó de 50 000 millones de prendas en el 2000 a 100 000 millones 15 años después.
Cardona agrega que este estilo es propio del ecuatoriano. “Nosotros lo teníamos antes de que llegara el ‘fast fashion’, porque acá no existen las grandes marcas”. Y dentro de la moda lo más sustentable es apostar por lo que ya existe. En este contexto -dice- la existencia de tiendas de segunda mano es importante.
Amigui es una empresa que funciona desde 2009. Ahora cuenta con ocho tiendas en Quito en las que se puede comprar ropa de segunda mano. Sus locales están ubicados en Cotocollao, Solanda, Tumbaco, Centro Histórico, El Inca, Comité del Pueblo y Cordero. Tiene cuatro tiendas donde se puede vender este tipo de prendas: Quito Tenis, Eloy Alfaro, San Rafael y Cumbayá.
Gabriela Vásconez, una de las socias de Amigui, asegura que el uso de prendas de segunda mano es una alternativa práctica y sencilla para salir de la lógica del consumismo.
“Muchas personas están convencidas de que la ropa tiene una sola vida, cuando la realidad es que si están en buen estado pueden ser utilizadas por más personas”. Sostiene que las tiendas de ropa de segunda mano ayudan a que las personas se puedan vestir a precios más asequibles.
En Amigui, una parada de ropa para niños puede costar USD 10 y una para adultos USD 20. “La idea con este proyecto -dice Vásconez- es que las personas no se endeuden vistiendo a su familia”.
A criterio de Cardona, hay que romper con el prejuicio que vincula a las tiendas de segunda mano con el mal gusto o con los estratos más bajos de la sociedad. “Tampoco se trata de deshacerse del armario que uno tiene, sino tomar conciencia de que lo que no usamos puede servirle a otra persona”, agrega.
Para María José Cordovez es una tendencia que también está relacionada al cuidado del medioambiente. Esta diseñadora de joyas cuenta que siempre está preocupada por usar materiales que generen el menor impacto ambiental posible. Para elaborar sus piezas recurrió al ‘upcycling’ (reutilización creativa), con tarjetas madre de celulares y computadoras.
A Camila Ayala, el consumo responsable de la moda la incentivó a lanzar Ponte Slow, una campaña comunicacional, que es parte de su proyecto de grado, que busca concienciar acerca del consumo desenfrenado de la moda.