Los cambios en los hábitos de consumo de ropa de mis hijas han sido vertiginosos en el último año y todo es culpa de Shein.
Atrás quedaron los tiempos en que salíamos en familia a comprar la ropa para comenzar el colegio, los abrigos de la temporada de invierno o reemplazar los bañadores veraniegos.
Ahora cada una elige los artículos de su preferencia en un catálogo online al que acceden desde una aplicación en su móvil y listo. Sólo me llaman para pagar. Y en menos de 15 días, llega el pedido exacto, con un sistema de tallas tan afinado que les queda tal y como lo habían visualizado.
Reconozco que ir de compras no es mi pasatiempo favorito, así que resolver la vestimenta de tres adolescentes con un clic me ahorra horas de aburridos recorridos por varios centros comerciales para conseguir una determinada talla de pantalón o un modelo de chaqueta. También me salva de las esperas y la incomodidad de entrar con las chicas a los probadores con el máximo de prendas permitidas y salir con las manos vacías.
(Siempre he dicho que la iluminación de los probadores espanta las ventas, pero eso lo podemos discutir en otra ocasión).
Otra inmensa ventaja de comprar la llamada “moda rápida” es que es mucho más barata. Una sudadera con capucha de algodón que cuesta entre €15 y €30 ($17 y $35) en H&M o Pull&Bear, en Shein se consigue entre €9 y €15 ($10 y $17), lo que me supone un ahorro monumental tomando en cuenta que cada ítem tengo que multiplicarlo por 3 (número de hijas).
Tengo claro que la calidad de una sudadera de la textilera española Inditex, confeccionada en alguna de las fábricas de España, Portugal, Marruecos o Turquía, es de mejor calidad que las que usan mis hijas, que son fabricadas en un lugar desconocido de China.
Pero ellas así lo prefieren. Uno de los puntos clave es que Zara, Bershka o Stradivarius sacan pocos modelos de las distintas tallas y cuando mis hijas llegan a las tiendas o miran algo que les gusta en las aplicaciones difícilmente consiguen el tamaño que necesitan. Hay que ser ultradelgada para meterse en una blusa XS, que suelen quedar esperando dueña en los percheros.
Por eso si encuentran algo que les gusta y se amolda a su cuerpo, me suplican a que lo lleve, aunque su precio sea exorbitante.
En las compras online, las reglas del juego cambian. Antes de hacer un pedido online dejo muy claro cuál es mi presupuesto general y cuánto puede comprar cada una. Y funciona. Ellas respetan el monto discutido a cambio de decidir con libertad el tipo de ropa que desean usar.
Y aunque no lo pagan de su bolsillo, saben exactamente cuánto cuesta su ropa, cómo comprar para obtener descuentos con el sistema de bonificaciones de puntos y cupones.
Pero la comodidad de comprar ropa con los modelos y los colores de la temporada a muy bajo costo tiene otro tipo de precio que no se calcula en metálico.
Estoy consciente de que con cada pedido de Shein dejamos de apoyar a la industria local y nos alejamos cada vez más a los diseños de calidad que quizás eran costosos, pero compensaban con durabilidad.
Muchos señalan a la poderosa industria textilera china como la causante de todos los males actuales. Pero hay que recordar que el fast fashion comenzó a finales del siglo pasado cuando gigantes como Zara, H&M y Primark comenzaron a reducir los ciclos de diseño, manufactura y distribución.
Esos cambios permitieron introducir novedades todas las temporadas y al mismo tiempo mantenían la mercancía a la moda y a bajos precios.
Para acortar un proceso que tardaba seis meses a un par de semanas, las marcas crearon estrategias para satisfacer la creciente demanda de ropa asequible y colocaron grandes operaciones textiles en países en desarrollo. Las compañías estadounidenses y europeas se ahorraron miles de millones de dólares al subcontratar mano de obra barata, que no contaban con los mismos salarios y beneficios que los trabajadores de sus sedes.
Shein fue creada en 2008 en la ciudad china de Nanjing, pero se catapultó a la fama internacional gracias a la promoción realizada por los influencers de la red social TikTok. Su catálogo es tan vasto que incorpora unos 5000 artículos cada día y su alcance tan amplio que distribuye su mercancía en 220 países.
En 2020, cuando el mundo se paralizaba por la pandemia del COVID, Shein vendió 10.000 millones de dólares, en su octavo año consecutivo de crecimiento. En junio del 2021, Shein superó a Amazon en la descarga de su aplicación en iOS App Store en Estados Unidos y otros 50 países.
Sin duda es la marca más mencionada en Facebook y Tiktok y su página web es la más visitada del mundo de la moda.
Pero sus detractores acusan a la gigante china de ser contaminante y de producir ropa desechable y sintética que se acumula como residuos tóxicos en los rellenos sanitarios y los océanos del planeta. Aunque no es un consuelo, hay que decir que Shein no es la única culpable. Toda la industria de la moda rápida es señalada por sumar hasta un 10 por ciento de las emociones de carbono del planeta. Aducen que eso ocurre porque la mayoría de las personas desechan las 150.000 millones de unidades de ropa rápida luego de pocos usos porque es tan barata que puede ser reemplazada rápidamente.
Otro señalamiento no menos serio son los químicos que usan las marcas de moda rápida para evitar las arrugas. Una de esas sustancias es el formaldehído, una sustancia que puede producir irritación a la piel, los ojos, la nariz y la garganta, o causar problemas respiratorios a las personas con asma.
Las prácticas laborales cuestionables es otra gran debilidad de la industria de la ropa rápida. La rapidez de las entregas implica que hay personas trabajando bajo una gran presión para entregar los pedidos. Además, no hay que ser un genio para calcular que es muy poco lo que se le puede pagar a una costurera que supervise el proceso de costura de la camisa que cuesta €5 ($5,8).
He llegado a pensar que evitar adquirir productos en Shein, Primark o Topshop es como eliminar las pantallas y el mundo digital de tu vida.
Intento encontrar referentes en los hábitos de compras de mi familia y no son aplicables en nuestra complicada vida europea. Para comprar vaqueros y ropa interior de buena calidad, mis padres nos montaban en su coche durante las vacaciones escolares y rodábamos 850 km en 15 horas de Caracas a Cúcuta, una ciudad fronteriza con Venezuela, donde se conseguían excelentes marcas colombianas a precios insuperables.
Mi madre nos cosía a mano los disfraces en Carnaval porque no existía la posibilidad de comprar una fantasía satinada en el chino de la esquina. Porque ella misma admite que hoy en día gastaría más dinero en las telas que comprando el diseño terminado.
Para los momentos especiales, como graduaciones, bautizos y comuniones estaban las modistas profesionales. Y aunque reconozco que no hay nada como un traje hecho a tu medida, no cuento con los recursos para pagar por preciosos vestidos que seguramente mis hijas se pondrían una sola vez.
Así que creo que no puedo hacer nada para evitar comprar ropa rápida para toda mi familia. Lo que si puedo hacer y he hecho desde que están pequeñas es que no hay necesidad de donar el abrigo del pasado invierno si está en perfecto estado y pueden seguirlo utilizando este año. También insisto en que compren sólo lo que necesitan y lo usen hasta el cansancio.
Pero más allá de mis consejos, percibo que mis hijas (y muchos adolescentes que conozco) son consumidoras sofisticadas que saben utilizar la tecnología para su beneficio y comprenden bien cuándo un producto tiene una buena relación precio-valor.
No se casan con una marca ni con una forma determinada de comprar. Ellas quieren comodidad y buen precio. Y eso no es poca cosa para tres jovencitas de la generación Z.