“Oye tío ¿qué es el trap ese?” Durante el último año esta pregunta se ha escuchado en todas las oficinas, bares, salas de reuniones y cenas con tu cuñado. Incluso más que la de “¿qué es ser un millenial?”. Esta incógnita está provocando un debate socio-musical en el que no quiero entrar ni intentar resolver, ya que mis conocimientos musicales no van más allá de Coldplay. Pero si ahora mismo le pidiese a varias personas que definiera el trap en tres palabras, no habría dos respuestas iguales.
Da igual que la respondieran productores, melómanos, expertos en música, filólogos, historiadores, raperos e incluso los mismos traperos (como Bad Gyal que dijo que no hacía trap sino dancehall). Ninguno de ellos daría una respuesta parecida. Es la única conclusión a la que he llegado. Sin embargo, tras analizar y preguntar a diferentes expertos, he encontrado muchos patrones que pueden ayudar a despejar esta incógnita.
El trap es rap. Bueno, una subcategoría. Tiene un estilo y ritmo que odias al principio, pero que acabas amando al final. Es autotune con pinceladas de electro sucio. Es una actitud, una pose. Es sinceridad radical, no tener pelos en la lengua ni vergüenza. Es el chándal como fondo de armario. Y oro. Mucho oro. Son unos valores basados en el malaje y pillería (trap no es una abreviatura de “trapicheo” pero podría serlo perfectamente). Es una forma de vestir y de bailar (el famoso y ya cansino dab). Es una sobredosis de rosas y morados. Y de gifs. Son unas técnicas visuales recurrentes en sus videoclips, aunque cada vez son menos caseros y más profesionales. En resumen, es un estilo musical con una estética muy definida y una cultura que se extiende a la velocidad de Despacito -tiempo suficiente para transformar haters en adeptos traperillos.
Esto ha hecho saltar las alarmas de todos los departamentos de marketing del mundo. Porque la naturaleza del marketing es encontrar constantemente tendencias, nichos de mercados, nuevas oportunidades de negocio, nuevos targets y exprimirlos hasta sacarles todo su jugo o, en este caso, todo el flow. Un ejemplo clarísimo es que marcas grandes como Nike y Adidas hagan colecciones para el mundo trap, con unas producciones que no tienen nada que envidiar a las campañas de fútbol o baloncesto. Aunque el deporte rey también se sube al tren con Neymar como embajador del trap. Nike también lanzó una mixtape de 17 temas recopilados por Flavio Rodriguez y producida por el dúo barcelonés Ba$$ilones.
Incluso Lacoste, que siempre ha sido asociada a un público más preppy, ha sido bien aceptada por los artistas de esta nueva ola musical. Antes de dar el salto al mainstream, C. Tangana se convirtió en el mejor embajador de la firma, y solo hay que revisar la cantidad de polos del cocodrilo que salen en el videoclip de Agorazein, Ya sabes.
Otra marca importante e internacional, como es Calvin Klein, reunió a una constelación de estrellas para la campaña de #mycalvins. Kate Moss, Margot Robbie, Bella Hadid, James Rodriguez, Zoe Kravitz fueron unos de los protagonistas que captó el fotógrafo Tyrone Lebone. Pero el universo urbano no podía faltar y estuvo representado por artistas como Young Thug, Keith Ape, Fetty Wap, Frank Ocean y nuestro trapero más internacional: Yung Beef, el líder de PXXR GVNG.
Sprite, embajadora de lo fresh, adelantándose a otras marcas azucaradas y muy relacionadas con la música, como son Coca- Cola y Pepsi, se alío con Drake para crear una campaña que pone en valor “esa chispa”. Además crearon una edición especial de latas. Por último, otro icono difícil de etiquetar, que está entre el rap y el trap, como es A$AP Rocky, se está dedicando a ser imagen de diversas y dispares marcas como Mercedes y Zalando. Imagino que el muchacho tendrá que pagar sus facturas y sus excesos como todo el mundo.