"En mis tiempos, con cualquier cosa nos entreteníamos", le dijo el abuelo al nieto. Un balón, un palo... Aquellos tiempos han cambiado. Ahora, los niños manejan la tableta -mejor que usted y que yo- antes de articular palabra, son capaces de hacerse un 'selfie' con el 'smartphone' de su padre a los tres años, no conciben la vida sin videoconsola a los seis y juegan en Red a los nueve. Aun así, hay juguetes de la generación analógica que no pasan de moda. Otros, pasaron a mejor vida. Los repasamos.
Un simple aro de plástico con tonos vivos que se colocaba alrededor de la cintura, del brazo, del tobillo y hasta del cuello para hacerlo girar a gran velocidad. Y a ver quién aguantaba más al grito de: "Trae, que me toca a mí". El instrumento, que se remonta a 1958, tomó su nombre de una danza popular hawaiana -hula- unida a la palabra aro en inglés -hoop-. Sólo un quinquenio después de su lanzamiento, los empresarios Richard Kerr y Arthur Melin, cofundadores de Wham-O, ya habían vendido 100 millones de unidades. Un negocio redondo, nunca mejor dicho.
Mucho antes de que llegaran los Tamagotchi -mascotas virtuales-, los niños jugaban con estos seres mitológicos de pelo chillón y ojos saltones brillantes. Aunque la invención se la debemos al danés Thomas Dam, que elaboró los primeros en madera, la moda surgió en la década de los 60 en Estados Unidos. Ha vuelto con intermitencias en los últimos años con diferentes nombres, fabricantes y un diseño más sofisticado. Los mayores también coleccionaban trolls como figuras que atraen fortuna. No en vano, se comercializaron con el eslogan 'de la buena suerte'. Sin embargo, a algunos críos les ponían los pelos de punta y se echaban a llorar al verlos.
Estas esferas de cristal, arcilla, metal, mármol o porcelana han formado parte de los mejores recreos de antaño. Aunque hay variantes por países, el juego más popular consiste en lanzarlas para aproximarse lo más posible a los agujeros o canicas del contrario y así ganárselas. De ahí que su número se fuera incrementando hasta acumular varias cajas repletas en casa no se sabía muy bien para qué. Hoy, las canicas siguen muy presentes en nuestras vidas cada vez que al vecino de arriba se le cae algo a las tres de la madrugada.
Un muelle en espiral teñido como el arcoíris que además de bajar las escaleras él solito servía a los no tan niños para hacer experimentos. Así precisamente surgió el juguete, hace ya 70 años, cuando al ingeniero naval Richard Thompson James se le cayó al suelo y avanzó dando saltos. En metal o plástico, el Slinky ha ampliado su oferta con más de 20 productos diferentes donde se incluye, como no, el perro muelle de la película 'Toy Story'. Sin duda, fue un gran divertimento que conseguía atrapar a los niños con su movimiento hipnótico... hasta que se partía en dos.
Este juguete que debemos a la creatividad de las compañías de aperitivos y patatas fritas trajo de cabeza a los niños de los 90. Y a las madres, que tenían que lidiar con los deseos de sus hijos y una merienda más saludable. Porque la única manera de conseguir estas fichas de plástico con dibujos en su parte delantera y puntos en la posterior era comprar una bolsa de 'snacks'. Así hasta acumular torres que se guardaban en su correspondiente Porta-Tazos para luego jugar a derribarlas. ¿Qué salían repetidos? Se cambiaban en el colegio para seguir coleccionando o apostando. A España llegaron con Matutano, y tenían distintas clasificaciones, desde los Macro-Tazos (con un diámetro superior a los normales) a los Magic-Tazos (con impresiones especiales). Algunos nostálgicos les han dedicado un grupo en Facebook:'Lo único que gané con los Tazos fue obesidad'.
Y seguimos en los 90, cuando resurgieron los juegos de las tabas con un toque moderno. Si antiguamente se lanzaban los astrágalos -hueso corto que forma parte del tarso- de los animales como si se tratase de un dado, a partir de 1995, la diversión corría a cargo de pequeñas figuras de plástico de colores llamativos. También coleccionables, cada uno era un personaje más o menos sinuoso -de ahí que rebotara mejor o peor en el lanzamiento- y con su correspondiente-y extraño- nombre. En su época gloriosa, McDonald's aprovechó el tirón para regalarlos con su menú infantil. En algunas escuelas primarias llegaron a prohibirlos al ser causa frecuente de disputas y distracción durante las clases.
Popularmente conocido como 'moco elástico', es el pasatiempo más sucio de esta lista. Frío y blandito, estrenarlo pegándolo por todas las paredes suponía un verdadero placer para el niño. A los cinco minutos, tenía todas las bacterias y el polvo de la casa incrustados y no servía más que para recibir los gritos de su madre. "¡Hombre ya, que para eso están las mopas y vas a coger una infección!", debía pensar mientras lo lavaba bajo el grifo. Como la porquería no salía y cansada de fregar las paredes, que se quedaban verdes, lo tiraba a la basura. Pero al final siempre acababa comprando otro, rabieta del pequeño mediante.
Este juego ha sido el responsable de todas las heridas de la infancia que no se producían en los columpios. El salto con una cuerda elástica podía ser individual, si el crío ataba la goma en una superficie o ponía a sus padres de figurines, uno a cada extremo, mientras les cantaba todo el repertorio. Pero también era un pasatiempo que fomentaba la socialización, cuando el pequeño bajaba a la plaza y hacía amigos mientras acababa enredado hasta el cuello. Hoy, prácticamente ha desaparecido de las calles y de los parques.
Esta muñeca de Feber S.A. creada por un dibujante de manga era como una Barbie adolescente que surgió en los 80 y se dejó de fabricar en los 90 . También tenía sus decenas de versiones, sus miles de complementos y su Ken particular, que se llamaba Danny, y era de lo más moderno. El encanto de Chabel residía en sus valores: amistad, familia, cuidado de los animales... La gran pega, que sus piernas no se podían doblar. Los fans de la muñeca han abierto foros para que vuelva y acabe con el reinado de Mattel.
Aunque ha habido muchos juegos de construcciones, el Meccano fue uno de los pioneros. Las piezas de metal se unían con tornillos siguiendo las instrucciones hasta conseguir la réplica de un dibujo con estructuras y articulaciones. Como el Lego, ha sido una de las distracciones más alabadas por su didáctica. Si el niño era manitas podía pasar horas y horas entretenido. Y, si no lo era, quien acababa la obra era el padre, que estaba encantado de hacerlo.
El desgraciado protagonista del cuento de Hans Christian Andersen (1805-1875), que falto de una pierna se convirtió en el favorito de un niño, fue uno de los juguetes más codiciados por la infancia del momento. Esta figura de metal y resina reproducía los diferentes cuerpos y batallones del ejército. La producción artesana recibió un golpe letal con la aparición de los soldaditos de plástico a partir de los años cincuenta del siglo XX. Con todo, hoy continúan siendo objetos de coleccionista.
"Si le, si le, si le, ¡no le! Te lo cambio". Coleccionar cromos ha sido una de las grandes aficiones del siglo pasado y de lo que llevamos de éste, aunque ahora se centre más en las grandes figuras del fútbol. Una experiencia divertida para todas las edades, porque los padres también se entretenían intercambiándolos y hasta acudían a los mercadillos a por esos últimos cuatro cromos tan difíciles de conseguir, hartos de que sus hijos se gastaran la paga del domingo en sobres repetidos.
Las 'fashionistas' se entretenían de lo lindo con unas tijeras y figuras de papel que podían intercambiar sus vestidos gracias al doblez de unas lengüetas. Un juego muy barato para crear un mundo de fantasía y sueños con una simple hoja de la que podía salir un completo vestidor. Las muñecas recortables, con sus trajes y complementos, son centenarias, pero se van perdiendo poco a poco. En algún colegio, todavía hay profesores nostálgicos que enseñan a sus alumnos estas manualidades con cartulinas.
Antes de que el teléfono móvil tomara las riendas de nuestras vidas había correspondencia, y no importaba que tardaran en responder días, meses o, incluso, años, porque siempre hacía ilusión. Especialmente, si la carta de aquella amiga del verano estaba escrita sobre un fondo de colores perfumado. Algunas eran tan bonitas que daba pena poner un bolígrafo sobre ellas. En esos casos, se acumulaban en una carpeta a la espera de encontrar otras aún mejores que merecieran el intercambio. Las había pequeñas, grandes, en forma de corazón y de animalitos, cada una con su correspondiente sobre a juego. Olían bien, aunque todas a lo mismo.
A este muñeco de acción articulado se le han dedicado hasta exposiciones. Los Madelman surgieron en los 60 y fueron evolucionando con los años, hasta desaparecer en los 80. Se trataba de figuras muy realistas, su ropa estaba perfectamente cosida y podían adoptar cualquier posición, por increíble que pareciera. En su mejor época, no había chico que no tuviera o quisiera uno, ya fuera el individual que venía en su caja roja o el súper equipo repleto de accesorios -un sueño para todo niño-.
Durante las décadas de los ochenta y noventa estos coches en miniatura fueron un éxito entre los críos. Del tamaño de un sacapuntas, algunos reproducían modelos reales de automóviles. Muchos niños disfrutaban simplemente poniéndolos en caravana, aunque con el tiempo surgieron complejos escenarios que incluían circuitos con luces. Hasbro mantuvo la comercialización hasta el 2000, cuando el descenso de las ventas obligó a la compañía a dejar de fabricarlos. Todavía hoy sigue siendo un objeto especial para los amantes de lo retro -y de los coches-.
A finales de los sesenta, los niños españoles se lo pasaban pipa con este atractivo juego de construcciones. A base de Santos, cumpleaños y Reyes, iban acumulando piezas para poder pasar de una solitaria torre a una compleja fortificación. Mundos encerrados en una caja de color azul que se convertían en divertidas tardes entre murallas y puentes levadizos.
Dos discos conectados por un eje con un hilo enrollado alrededor que lo hacía subir, bajar o realizar diferentes trucos. Se remonta nada menos que a la Edad Antigua. Ya en el siglo V a. C. hay evidencias de su existencia. Sin embargo, no fue hasta 1928 cuando el juguete surgió tal y como lo entendemos hoy en día. Siete años después, Donald Duncan registró la marca yoyó tras adquirir el negocio de Pedro Flores, el primero en montar una fábrica en California. En la actualidad hay verdaderos fanáticos de este instrumento y certámenes internacionales, pero ya no es cosa de niños.
A este objeto de madera o plástico que gira sobre un eje se podía jugar con una mano o una cuerda. Se trata de uno de los juguetes más antiguos, pero ha ido evolucionando y los trompos actuales nada tienen que ver con los que tenían nuestros ancestros. La peonza permitía lucirse ante una audiencia con trucos y acrobacias sólo aptas para habilidosos -niños y no tan niños-.
Cuando no había otra cosa, las tapas de las botellas servían para jugar. Desde partidos de fútbol -con su portero y todo- hasta carreras por circuitos dibujados con tiza. También se jugaba a cara y cruz. Hasta se hacían apuestas. Muchos niños estaban pendientes de las cervezas de los mayores para ir recogiéndolas. Si las cogían del suelo les tocaba una buena reprimenda.