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A orillas del río Sena, una joven dama camina apresurada. Lleva una cesta de mimbre repleta de mermeladas, quesos y frutas. De su hombro cuelga una bolsa de tela con barras de pan, colines y panecillos. Su paso es rápido pero sus zapatos planos de Chatelles parecen seguirle el ritmo. En su cabeza solo hay un pensamiento «Tengo tiempo, tengo tiempo».
Hoy París ha despertado sin una sola nube en el cielo, la mañana de verano se augura calurosa y la temperatura empieza a sugerir un abanico. Por suerte, ella lleva una pequeña visera de la marca D’Estrëe y unas gafas de sol vintage que compró hace dos días en un mercadillo cerca de Notre Dame. Se arrepiente de haber escogido ese jersey de punto de Molli pero su cuello con pequeños volantes le gusta demasiado.
Solo está a dos calles de su apartamento y, cuando finalmente llega, no encuentra descanso. Son ya las doce del mediodía, debe salir en cinco minutos si quiere llegar a tiempo. Su familia la espera en la casa de campo que tienen a las afueras, después de varios meses, hoy por fin han quedado para comer todo juntos.
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Deja la cesta y la bolsa de tela sobre la mesa del comedor y se dirige a su dormitorio para cambiarse. Elige unas pantalones cortos (de algodón y popelina) con un estampado floral muy vintage. Son de la marca Rouje y tiene pensado llevarlos durante todo el verano. Para la parte de arriba, escoge una camiseta sencilla de Balzac París. Se calza unas slippers de Capulette (tremendamente cómodas para conducir) y mete en su bolso favorito de Caroline de Marchi, unas sandalias de Michel Vivien.
Su armario está lleno de vestidos románticos, con estampados y algún que otro volante o encaje. Sobresalen las chaquetas finas con botones, vaqueros bootcut, camisas con mangas abullonadas y otras de estilo retro, gabardinas y varias blusas de Isabel Marant. El suelo, en cambio, está lleno de bailarinas, alpargatas de cuña y tacones que no pasan de los 6 centímetros. En la parte de arriba, sombreros, pañuelos de seda, bolsos clásicos y cestas de rafia.
No tiene tiempo de escoger pendientes ni colgantes, así que coge su pequeño joyero de viaje con piezas de Louise Damas con la intención de ponérselas en cuanto llegue.
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Mientras coge sus llaves recuerda que en la casa de sus abuelos tiene ropa de sobra, camisas fresquitas de Petite Chineuse, vestidos de Elise Chalmin, sandalias de L'Autre Chose y faldas de Manoush. Podrá cambiarse cuando quiera si tiene calor o ponerse una chaqueta fina de punto si se queda hasta tarde. Además, el año pasado dejó sus bañadores de Ysé en la cómoda de su habitación, «Si mi madre no los ha cambiado de sitio, deberían seguir allí».
Antes de salir, repasa todo lo que tiene que llevar: «Mermeladas, quesos, pan, frutos del bosque, uvas y aquellos bizcochitos de nata que tanto gustaban a sus primos pequeños». Además, no se olvidó de coger el regalo que tenía preparado para su abuela, un bonito y colorido bolso de Mizele.
Da un pequeño portazo y baja las escaleras con el mayor cuidado posible, no quiere perder nada por el camino. Al llegar al coche, guarda varias cosas en el maletero y otras las pone en el asiento de al lado. Antes de ponerse en marcha escribe un corto mensaje «Ya salgo mamá, llego en 35 minutos».
En esta selección encontrarás 30 marcas francesas de moda (muchas nombradas ya en el texto) que son muy habituales en los armarios de las mujeres galas.