El truco es saber leer las debilidades de los otros. Muchas veces hemos llegado a creer el gobierno dice y hace solo son meras ocurrencias disparatadas, y por eso el país va sin rumbo desde lo económico hasta los problemas de inseguridad y, sobre todo, en lo referente a los graves temas de salud. Las conferencias mañaneras son exposiciones públicas en las que el presidente puede decir, prácticamente, cualquier cosa que le venga a la mente en ese momento. Perorata sin filtros. Esa es la parte de la improvisación, y es cierto que las conferencias son una ostensible expresión de narcisismo incontrolable. Al hablar, el presidente solo escucha su voz y sus pensamientos. Nada más. Es un soliloquio cansado, monótono, repetitivo y previsible.
La pregunta es: ¿por qué él puede hacer las cosas así y de modo desenfadado, con el desparpajo de quien sabe que no será reconvenido de ninguna manera? O de manera más general: ¿por qué y cómo ha conseguido lo que ha conseguido López Obrador? Una clave fundamental es la «transformación en su opuesto», según el psicoanálisis. En efecto, el dicho popular lo resume: dime de que presumes y te diré de lo que careces. Honestidad en cada discurso (“el pueblo se cansa de tanta pinche tranza”), honestidad como signo moral y distintivo. Lo perverso es vivir y propiciar lo opuesto: la corrupción gubernamental. Negar para ocultar. El truco: ante las críticas, subir la apuesta, intentando descontrolar al adversario.
Maquiavelo recomendaba conocer las debilidades de los opositores. AMLO entendió desde muy temprano que políticos, poderosos señores del dinero y personas con influencia en la opinión pública tienen miedo al escándalo público; tienen pavor a ser exhibidos en los medios de comunicación y –actualmente– en las redes sociales. El miedo paraliza e inhibe. Y aquel que infunde miedo se vuelve intocable. Ya sabemos: el valiente vive hasta que el cobarde quiere. El presidente ha convertido el chantaje y la intimidación en un modo único de hacer política. Desde luego, no es invento suyo. Es probable que sea un recurso antiquísimo y empleado para conseguir y conservar el poder.
La novedad, si cabe, es la dualidad: en una cara, la humildad, la austeridad franciscana y la benevolencia (“lo mío no es la venganza”); en la otra cara, la amenaza, a veces soterrada y a veces manifiesta, exhibiendo su poder descarnado (“para que vean quién manda”, frase que proclamó –en un alarde no tan insólito– cuando se supo el resultado de la consulta “popular” que echó abajo el aeropuerto de Texcoco, uno de los mayores proyectos de infraestructura de América Latina).
Maquiavelo recomendaba al Príncipe que fuera tan amado como temido, pero que si no lograba lo primero que se empeñara en ser temido. Como el ladrón perverso agazapado: primero tiene que fingir ser lo opuesto de lo que es y después disfrutar del terror que causa cuando actúa y domina a su víctima.
Para intimidar con un posible escándalo, hay que valerse de cualquier tema que implique descrédito para el opositor. Descubrió AMLO que se puede domeñar a cualquiera siempre que sienta temor ante el escarnio, la difamación, la calumnia, las infamias, la fabricación de delitos (o sea, ¿quién no?). Para vencer al otro, hay que aprovechar cualquier intersticio, traspié, disparate, falta, vejamen, chisme, infundio o trascendido que se le endilgue, falsa o verdaderamente, al opositor en cuestión (con posible afectación a su honor personal y fama pública).
Es decir, el procedimiento es indagar si tal personaje ha sido señalado por asuntos escabrosos, aunque de poca importancia o si llegan a ser acusaciones de ilícitos. Un ejemplo es Carlos Ahumada, primero benefactor –obviamente interesado– a quien no se le perdona la exhibición que hizo del “señor de las ligas”, siendo secretario particular de AMLO. (Por cierto, ¿qué pasó con el dinero que se llevó con todo y ligas el maestro Bejarano?) La insidia se fabrica con palabras que primero se pronuncian en plaza pública y que luego tendrán eco inmediato en “redes de apoyo”. Finalmente, es un proceso que se hace con cierto sadismo.
Para emplear esa estratagema, López Obrador se ha despojado del miedo que detecta en los otros. No le importa ser exhibido como un truhan, le vale gorro ser mordido por la maledicencia y se le resbalan bien y bonito las críticas fundadas (aunque de momento se muestre hosco y hasta molesto). Se inventó un personaje imbatible (ha dicho: “soy invulnerable”). Es decir, generó un personaje inmune ante todo aquello que violenta y debilita a los otros: fama, honor, prestigio, patrimonio, familia. Nada lo conmueve, nada le afecta. Su presunta humildad es un camuflaje. En un mundo donde todos tienen alguna cola que les pisen, López Obrador ha confeccionado un personaje impoluto, incorrupto, limpio, incriticable (el padre Solalinde lo llamó “santo”). Casi como el título de la película de Cantinflas: Un Quijote sin mancha. Pero en la realidad, él siempre actúa o se agazapa en los márgenes de la ley, cuando no lo hace descaradamente fuera o en contra de la ley. El fin justifica los medios, y así todo es posible. Y no hay más fin que el poder por el poder.
Por eso ha encabezado tomas de pozos petroleros en Tabasco, ha promovido el no pago de las cuotas eléctricas, ha dirigido manifestaciones que le redituaron bastante en lo mediático y en lo económico (Salinas le entregó dinero por medio de Camacho Solís para levantar un plantón en el Zócalo capitalino), así como provocó el cierre de la Avenida Reforma (afectando a cientos de empresas y empleos). Invariablemente se apoya en el mismo chantaje: si no me hacen caso, les suelto el tigre (las masas incondicionales). No le importan las consecuencias con tal de dominar a persona o grupo (“voy derecho y no me fijo”). Su acción es clara: te enardezco a ti, mi opositor, y sabes que a mí no me pasa nada; tú jamás te atreverás a responder a mi provocación (el que calla otorga).
Si lo acusan de desacato judicial (como ocurrió en 2004, con el asunto de El Paraje del Encino) responde: estoy más allá de la justicia humana. La dualidad le funciona, apantalla, intimida. Su línea de conducta es desviar la atención de temas comprometedores recurriendo incluso a invocaciones morales y hasta religiosas. Lo que sea es útil: chistes, sentencias populares, dichos, apodos, estigmas (“los neoliberales”, “los fifís”, “los conservadores”). Jamás dar ninguna prueba de lo que afirma y siempre revirar los reproches. Si le dicen que es su obligación el acatamiento de las leyes, asume que la moral (la suya) está por encima del derecho. Por eso la insistencia en seguir cartillas morales que resultan ser letra muerta.
Un chantajista tiene que ser agresivo e incluso mostrarse violento con su víctima. El medio con el cual López Obrador ha sostenido su “movimiento” es exigiendo dinero en efectivo –esto es de subrayarse– a cuantos se han dejado, ya sea por miedo, por complicidad o como un medio para tener interlocución con él. Nadie puede creer que Morena nació, creció y triunfó por estar estrictamente en el juego democrático. Hubo muchísimo dinero en efectivo de por medio.
Para que el personaje mantenga su imagen de un ser impoluto, no debe ser tan burdo como para él cobrar directamente los dineros del chantaje.
Ha quedado documentado –incluso López Obrador lo ha admitido– que se han recibido “aportaciones” en efectivo –sumas incalculables de dinero– para “el movimiento”, recibidos sin documentos ni registros comprobables. Receptores han sido incluso sus propios hermanos, Pio y Jesús Martín. También utiliza a terceras personas. Su “casi hermano”, Julio Scherer, se escuchó en una filtración telefónica pidiendo dinero a un empresario. Las malas lenguas deslizaron que Scherer primero se quedó con “unos millones”, lo sorprendieron, los devolvió al “movimiento”, y fue premiado con el manejo jurídico-político de la 4T. ¿Y la fortuna personal de “Julito”? Nadie sabe. La UIF lo investigó, pero es por ahora intocable. Como nadie sabe de la inmensa fortuna de Gerz Manero, el fiscal siempre obsecuente con su jefe que no es su jefe, y que seguramente hizo aportaciones significativas y constantes “al movimiento”.
De preferencia mujeres: las “recaudadoras de la 4T”.
Rocío Nahle García, “la reina de los moches”, mote ganado por su extraordinaria capacidad para colectar dinero a los trabajadores y empleados a favor de Morena. El pago que recibió: ser la titular de la Secretaría de Energía.
Irma Erendira Sandoval, la “la dulce Irma”, obtuvo grandes sumas de aportaciones y su premio fue la titularidad de la Secretaría de la Función Pública. Pero su pecado fue salirse de los dictados de su jefe y por eso la defenestraron.
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— Hempoilfrog Fri Aug 14 02:23:14 +0000 2020
Claudia Sheinbaum Pardo, quien reconoció públicamente su papel de recolectora (sobre todo, ha trascendido, con altos empresarios y dueños de constructoras). Su premio: ser considerada la “corcholata” favorita para el 2024, aunque …
También está Eva Cadena Sandoval, expuesta en los medios pidiendo y recibiendo dinero. No logró mucho. Más recientemente, María del Rocío García Pérez, que en este sexenio impuso a los trabajadores del DIF el pago del diezmo y ahora es subsecretaria del Bienestar.
No son las únicas, pero se puede sospechar que detrás de cada nombramiento en el gabinete presidencial hay considerable dinero y/o favores obtenidos durante las campañas electorales.
Siguiendo los mismos pasos de AMLO cuando fue Jefe de Gobierno, Delfina Gómez arrebató dineros, extorsionando, a los trabajadores de confianza del municipio de Texcoco, donde fue presidenta municipal del 2013 al 2015.
La mecánica del chantaje fue la siguiente. Se les dice a los trabajadores: tú tienes esta plaza porque yo te la otorgué; me la debes, y si no “cooperas” con el 10% de tu salario –que tienes gracias a mí–, vas a perder tu puesto o recibir amonestaciones constantes. (Para taparle el ojo al macho) vas a decir que lo haces “voluntariamente” y por eso me firmas este papelito.
Como la exacción en Texcoco se hizo vía la nomina, había que transformar los montos en dinero en efectivo. Y así se hizo con la ayuda de María Victoria Anaya Campos –actual directora regional de los Programas del Bienestar en Texcoco–, quien recibió 10.8 millones de pesos en 50 cheques producto de las retenciones salariales a los trabajadores del ayuntamiento entre 2013 y 2015, según el juicio SUP-RAP-403-2021 del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Finalmente, también se documentó que el dinero fue a dar a las campañas para la fundación de Morena y que el moto de dicha “aportación” nunca fue registrado en el INE. Mientras Delfina fue la presidenta del municipio de Texcoco, María Victoria trabajó como su secretaria particular y secretaria privada.
El presidente ha salido en defensa de la Secretaría de Educación Pública. Utiliza la cantaleta de siempre: ella es honesta –AMLO dixit– y las acusaciones en su contra derivan de “una campaña”. Una vez dicho esto, el presidente se pone en el centro: “es una campaña en nuestra contra”.
Se omite mencionar que se trata de una sentencia del poder judicial. Pero esto no cuenta, ¿por qué? Porque si Delfina es corrupta, el presidente es corrupto; pero si Delfina es honesta, el presidente lo es en mayor proporción. No la defiende porque sea su colaboradora, ni por su lealtad. La defiende porque él defiende su propia imagen. No es un juego colaborativo; es un juego donde solo él es el ganador.
La operación de chantaje, antes empleada inescrupulosamente en el PRD, en la jefatura de la Ciudad de México, hoy ya se ha ampliado y perfeccionado. La 4T ha conseguido al colonizar para sus fines a SHCP, SAT, FGR y UIF. También están –nomás eso faltaba– los servicios de inteligencia del Estado Mexicano. Con todo este aparato de intimidación y amenaza, se amaga a personas con abrirles carpetas de investigación, que posteriormente quizá darán lugar a algún escándalo mediático (como ya ocurre en varios casos). De esta forma, el presidente puede tranquilamente invitar a empresarios y solicitarles su aportación “voluntaria”, como ocurrió con la cena cuando se le pidió que “mocharan” adquiriendo billetes de rifa de lotería de un avión que nunca se rifó. Nadie se opuso y los empresarios celebraron comiendo tamales de chipilín.
El dinero en efectivo circula sin ningún control bancario. ¡¡Qué no quede huella, qué no, qué no!! Los billetes se reparten para campañas, porque la 4T considera que la política social significa entrega de dinero de mano en mano. Y en ese de mano en mano de van deslizando a otros bolsillos. Los trayectos monetarios son inescrutables.
Ella fue registrada con el nombre de Citlalli, pero ahora se hace llamar Sídney. Heredó de sus padres una tlapalería escondida en un barrio de Coyoacán. Se casó en los años 90 con un señor que entonces trabajaba como chofer y ayudante para lo que se ofreciera en alguna oficina del PRI capitalino. Con el triunfo de López Obrador, el esposo de Sídney empezó a chambear en una dependencia sin rastreo (para no llamarla ‘clandestina’) de Morena. Su labor inicial era “llevar registros de las ayudas sociales”, haciendo entrevistas personales y “persuadiendo” a la gente para que apoyara al partido guinda en lo que “se vaya necesitando” Pronto subió en la jerarquía interna y empezó a dirigir algunos programas regionales.
A partir de entonces la vida les fue cambiando a un ritmo impresionante. Sídney arregló su casa, la pintó, compró candiles, pantallas de plasma y hasta hizo cambios para tener un jardín interior. Dice que su marido compró un departamento en “una mejor zona”, allá “por el rumbo de Santa Fe”, pero no se ha cambiado del rumbo que la vio nacer: “aquí vivimos muy a gusto”. Modificó radicalmente sus actividades diarias. Contrató dos dependientes para la tlapalería. Tiene “cocinera”, “muchacha” y una “ayudantía” para sus dos menores hijos. Sídney es indiscreta y sube a cada rato a su “Face” todas las cosas que hace: comidas, vestuario, joyas, fiestas, viajes, incursiones al Gym. Muestra con gran orgullo bolsas y zapatos “de marca” que ha adquirido en “Artz”. Cada día tiene más ropa de moda y aumentan sus accesorios caros, aunque de un gusto discutible. Le encanta mostrar los cambios constantes en sus uñas: colores, texturas, postizos. Al frente de la tlapalería (que conserva, por pura nostalgia y en recuerdo de sus padres) estaciona una camioneta de reciente modelo, de marca Mercedes Benz. Definitivamente, un cambio sustantivo de vida y en poco tiempo.
Su marido se ha vuelto muy espléndido y se desvive por llevarla a comer en lugares caros, “de lujo” dice ella. Sus hijos ya están inscritos en una escuela privada (“¿qué no hace uno por sus hijos?”). Se exime de hacer comentarios sobre el mundo político y confiesa que no entiende nada de la política como no entiende de deportes. Pero se atreve a decir que Claudia Sheinbaum le parece una buena propuesta para ser presidenta. Últimamente ha comunicado a sus amigas la intención de adquirir una casa en la Rivera Maya, “que tanto le gusta a mi marido”. Ella no entiende del “aspiracionismo” que critica López Obrador. O mejor, ni siquiera le quita el sueño cuando asiste a las largas sesiones de “reducción de la grasita”.
Manejar dinero en efectivo es una buena manera de esparcir felicidad, de manera rápida y eficaz. ¿Segura?, eso sí quién sabe. El gobierno le apuesta a tener (mucho) efectivo para sus programas sociales, porque de esa manera supone que tendrá control de conciencias y lealtades. (¿Será esa la “revolución de las conciencias”?) Otra vez el chantaje: te doy esta lana para que apoyes al Movimiento. Y la amenaza: si cambia el régimen, verás disminuida tu calidad de vida, porque los conservadores te quieren quitar el dinero que da el gobierno.
El personaje central del sexenio no inventó las estrategias del chantaje político, pero sí marcó las pautas sistemáticas para que otros tengan un mejor nivel de vida y sean depositarios de dinero en efectivo, poco o mucho. Y obtengan privilegios y sueldos nunca antes soñados, a costa del erario público o de otras fuentes nada claras de financiamiento. No todos, pero sí algunos ciudadanos. Los operadores leales, los que nunca tiznan la imagen del Supremo.
Prácticamente, no hay quien no esté enganchado en la trama de la coerción política que recorre todos los barrios, pobres y ricos. Se sustraen a ello los ciudadanos libres, los críticos, los inconformes, los informados y dignos. Son los que nunca se sumaron a los 30 millones de electores en 2018 y no tendrán –por decisión propia– el destino de Citlalli o de Rocío, Delfina, Claudia…