TRISTEZA. “Señora, por favor contrólese. Necesito que responda correctamente a mis preguntas”.
La voz del detective era suave pero autoritaria, y la mujer guardó silencio de pronto, a pesar de su respiración agitada y la angustia que se revolvía en su pecho. Miró al policía con desesperación, rojos los ojos y los párpados inflamados. Se limpió las lágrimas con el pañuelo, se sonó la nariz y aspiró aire con fuerza, tratando de recobrar la calma. El detective agregó:
“¿Cuándo fue la última vez que se comunicó con su esposo?”
La mujer respondió con voz temblorosa:
“Fue hace veinte días, a eso de la una de la tarde. Me dijo que acababa de poner combustible y que estaba detenido en un operativo porque su carro no andaba placas… El carro era nuevo; tenía una semana de haberlo sacado de la Toyota”.
“Lo sabemos, señora. Y ya confirmamos que el carro que encontramos quemado era el 3.0 de su marido. Lo quemaron hace veinte días, precisamente el día en que su esposo desapareció”.
La mujer dejó escapar una lágrima. Le resultaba difícil contenerse.
CASO. Marlon desapareció sin dejar rastro poco después de las tres de la tarde, luego de comunicarse con su esposa por última vez.Salió de su hacienda ese mismo día, a las cuatro de la mañana, y llegó a la agencia principal del banco antes de que abrieran. Tenía que retirar poco más de tres millones de lempiras de su cuenta personal para pagar una finca de café que había negociado dos días antes y para comprar los materiales del beneficio que pensaba construir para su propio uso.
Además, al día siguiente le llegaba un cargamento de ganado para carne y leche de Nicaragua, y no le gustaba quedar mal con sus proveedores. Y para cuadrar el dinero, le había prometido a su esposa que pasarían juntos el fin de semana en Roatán. Se sentía cansado y era justo que se divirtieran un poco. Pero no regresó a su casa y su esposa no volvió a verlo más.
HALLAZGO. Veinte días después, en una zona boscosa, al pie de una montaña impenetrable, dos niños que buscaban leña empezaron a apedrear a varios zopilotes que hacían grupo sobre un claro rodeado de arbustos. Cuando se acercaron, descubrieron un cadáver, mejor dicho, un esqueleto vestido con restos de ropa, y, asustados, empezaron a correr llamando al tío que los acompañaba. Cuando llegó la Policía, los niños todavía estaban pálidos, impresionados y temerosos.
Los detectives de Homicidios aseguraron la escena y empezaron a hacer su trabajo. El cadáver no estaba solo. Más allá, detrás de una cortina de zacate, estaba otro esqueleto, con las cuencas de los ojos vacías, la mandíbula desencajada y con dos orificios en la frente.
“Creo que encontramos al ganadero desaparecido”.
La voz del detective era clara y llamó la atención de sus compañeros.
“No lo secuestraron. Lo asesinaron por robarle el dinero”.
“¿Estás seguro de que es él?”
“¿Qué tipo de hombre usa botas como esas? Solo Mel Zelaya y los ganaderos millonarios, ¿verdad? Además, entre los datos que nos dio la esposa, dice que usaba botas vaqueras marca Joe, color ocre, de piel de cocodrilo, grabadas y con punta de oro. ¿Las ves bien? Son esas. Dice que su marido las compró en México. Creo que las va a reconocer”.
“Lo mataron de dos balazos en la cara, y lo remataron con uno en la frente”.
“Y el que lo mató estaba frente a él, aunque era más pequeño de estatura, a juzgar por la forma del orificio de entrada de las balas”.
“Los dos hombres tienen las manos amarradas hacia atrás”.
“A este se las amarraron con su misma camisa, la camisa Chaps a cuadros verdes y blancos, con líneas amarillas que describió la esposa. Al otro lo amarraron con los cordones de sus propios zapatos”.
En ese momento, un grito los interrumpió.
“Vengan a ver esto”.
HUELLAS. A unos quince metros de la escena, entre robles bajos y arbustos enanos, había una depresión arcillosa y llena de piedras de diferentes tamaños que se extendía unos cien metros hasta llegar a una planicie que terminaba en la orilla de la carretera pavimentada. En el lugar donde estaba el detective que había gritado un hueco que estuvo lleno de agua unos días atrás mostraba algo especial, que los detectives no tardaron en interpretar.
“Esta es la prueba de que los asesinos llegaron hasta aquí en carro, posiblemente el 3.0 de las víctimas. Dieron la vuelta, se estacionaron mientras mataban a los hombres y al irse, una llanta, seguramente la llanta trasera derecha, se hundió en el fango, porque hace veinte días llovió mucho en esta zona, patinó, se hundió más y dejó este hueco.”
El detective que había gritado sonrió con malicia, miró a su compañero y le dijo, con cierta ironía:
“Veo que sos buen observador y que sos ‘pelis’ para las teorías. Fijáte bien más atrás, entre esas piedras”...Pasaron varios segundos y, al final, el detective exclamó:
“¡Bingo!”
Entre dos piedras grises, puntiagudas y rodeadas de grama, y un poco descolorido y sucio, estaba un teléfono celular pequeño, color negro. El detective lo cogió con cuidado y lo revisó por un momento, luego apretó la tecla verde y no recibió respuesta.
“Esta descargado”, dijo, y lo guardó en una bolsita transparente.
“¿De quién será?”
“Podría ser de la segunda víctima. Un hombre que calza botas Joe de mil quinientos dólares no usaría un celular como este”.
Se agachó una vez más, para observar detenidamente las piedras entre las que encontraron el celular, y guardó silencio por largos e incómodos segundos.
En una de las piedras, la más grande y puntiaguda, había algo que parecía ser fibra de tela, y el detective pidió una lupa. Luego observó la piedra por más tiempo. Con una pinza retiró tres pedazos de hilo y los guardó en una bolsita para embalaje. Pero algo más le llamó la atención. En un hueco de la piedra había una costra oscura y se agachó más para verla. Luego, levantó la cabeza, vio el hueco que dejó la llanta en la arcilla, miró las piedras y una luz de satisfacción brilló en sus ojos.
“Creo que este celular es de uno de los asesinos -dijo-; si no teorizo mal, se subió a la paila, se sentó en una orilla, el carro se atascó, la llanta patinó, el chofer tuvo que acelerar a fondo y al salir disparado el carro hacia adelante, el hombre se cayó de espaldas. La distancia entre las piedras y el hueco es de un metro y medio, más o menos. El hombre cayó sobre las piedras, se hirió en una, o en las dos, y sangró. En ese momento se le cayó el celular.
Creo que se aturdió por un momento, lo suficiente para que de la herida saliera sangre y se acumulara en ese hueco de la piedra. Que Inspecciones Oculares la lleve al laboratorio. Si encontramos al dueño del teléfono, vamos a encontrar a los asesinos. Y uno de ellos tiene una o dos heridas, mejor dicho, dos cicatrices en el lado derecho de la espalda, cerca de la cadera”.
EN EL BANCO. Los videos de las cámaras de seguridad del banco captaron el momento en que el 3.0 de Marlon entró al estacionamiento del banco, el momento en que entró y los minutos que estuvo esperando a que lo atendieran. Iba para retirar una cantidad demasiado grande, y sería atendido por un oficial en especial.
Pero este tardó en llegar y a las once de la mañana, Marlon se notaba inquieto. Salió del banco poco después de las doce y media. En los demás videos de ese día no se notaba nada sospechoso.
“Entonces nadie lo siguió al salir del banco”.
“Así parece”.
“Cuando se detuvieron en el operativo, todo estaba normal. La esposa dice que lo notó tranquilo y hasta alegre. Y le pidió pollo con papas en salsa roja y arroz blanco con chile dulce para cenar. Todo estaba bien hasta este punto”.
“¿Entonces?”
“¿Que te imaginás?”
“No sé qué decir”.
“Está claro que hasta el operativo, nadie los seguía. Desde el banco hasta la salida de la ciudad hay una distancia de varios kilómetros, y muchos lugares donde pudieron emboscarlos, si es que los seguían. Dice la esposa que Marlon era muy desconfiado, que manejaba siempre a la defensiva y que no se detenía nunca si no era necesario, y manejaba siempre rápido”.
“¿Entonces?”
“Necesitamos el nombre del dueño del celular. Esa es la clave de todo”.
EL NOMBRE. “El celular no sirve. El agua lo destruyó, pero tenemos el número del chip y una lista de las llamadas de ese día. La última llamada realizada fue a la una de la tarde con siete minutos, duró un minuto y doce segundos”.
“¿A qué número?”
“A este”.
“¿Tenemos el nombre del dueño?”
“Sí, una mujer que se llama Elena”.“¿Y el primer celular? ¿De quién es?”
“De una mujer que se llama Glenda”.
“¿Qué hacía entonces ese teléfono en la escena del crimen?”
“Esperar a que lo encontráramos para resolver el caso… Y después dicen que la DIC no trabaja y que no sirve para nada, que por eso se la van a dar a los militares, que al Ministerio Público, que al Colectivo Violeta, que al Chapo Guzmán y al Negro Barracuda…”
“¡Ya! ¡Ya! No importa a quien se la den. Lo que importa es que hagamos nuestro trabajo, aunque mal paguen ellas… Entonces, ¿qué tenemos?”
“La llamada salió del celular que encontramos en la escena y la captó la torre número ‘Tal’, de la colonia ‘X’, ubicada a unos ciento cincuenta metros de donde estaban realizando el operativo”.
“¿Estás seguro?”
“Seguro. Aquí está el resultado del análisis… La llamada la recibió ese número y la captó la torre ‘S’, entre la Universidad y El Hato.”Hubo un instante de silencio.
“Dos equipos están localizando a las dueñas de los celulares. No tardaremos en tener resultados”.
El detective a cargo se puso de pie.
“Entonces, mientras esperamos, perdamos el tiempo averiguando si ese día hubo operativo en la zona de la Universidad. Por lo general lo ponen en el conector que pasa por la iglesia CCI, frente a DIMASA Ford. Y averigüen cuanto tiempo duró…”
JUSTO. Hay quienes creen que el trabajo policial es una actividad sencilla que puede ser desempeñada por cualquiera que tenga cuatro dedos de frente, sin embargo, nada más alejado de la realidad.
Para desempeñarse en esta profesión primero hay que tener vocación, capacidad de sacrificio, empatía hacia el ciudadano común y desconocido, disciplina, agallas para hacer a un lado a la propia familia y completa y total disposición a dejar la vida en el cumplimiento del deber, aun sabiendo que nadie agradecerá jamás semejante ofrenda, que la propia institución abandonará a su familia y que hasta habrá algunos jefes, incluidos algunos de dos y de tres soles, que dirán cerca de su ataúd: ‘¿Para que fue pendej…, pues? Servir y Proteger. ¡Ja, ja, ja!’. Aun así, hay quienes ven en el delito un mal que debe ser combatido para bien de la sociedad, aunque la sociedad, por lo general desagradecida, nunca reconozca los méritos de estos hombres y mujeres que, con uñas y dientes, luchan cada día contra los criminales, aunque los criminales vayan ganando la guerra.
En resumen, ser policía es un trabajo digno, de gran nobleza, que debe ser valorado y reconocido como una de las profesiones más importantes y útiles.
En cuando a los malos policías, esos no merecen que se les llame así; son solo delincuentes infiltrados que abusan del uniforme para saciar sus bajos instintos. Nada más.
EN LA TARDE. De los buenos policías que hablamos líneas arriba, hay muchos, y entre estos, los que trabajaban en este caso.A las tres de la tarde estaban reunidos otra vez, para recibir los últimos datos.
Sentadas en dos sillas maltrechas esperaban dos mujeres, jóvenes, guapas pero nerviosas, que se mordían las uñas y miraban ansiosas en todas direcciones.
Cuando un detective llamó a una de ellas, tardó en ponerse de pie, estaba pálida y parecía que iba a llorar. Se sentó en una nueva silla y puso la pesada cartera sobre sus piernas, envueltas en un delicado pantalón blanco.
“Usted dice que este número de teléfono no es suyo, ¿verdad?”
“Sí, señor, no es mío”.“Pero está registrado a su nombre”.
“Es que se me perdió”.
“Si usted me miente, se hará cómplice de asesinato; de robo y asesinato, y ya se imagina lo que le espera… Dígame la verdad, usted le dio este número a un policía, ¿verdad?”
La mujer se estremeció.
“¿Qué es él de usted?”
Ella tardó antes de responder.
“Es mi novio”.
“¿Dónde está su novio?”
“No sé. Desde hace una semana no lo miro”.
“Yo le voy a decir donde está su novio”.
Sacó varias fotos ampliadas de un maletín y las extendió frente a la muchacha. Esta dio un grito. En las fotos aparecía el cuerpo de un hombre, amarrado y en posición fetal, que había sido estrangulado con un lazo rojo de nailon que aun tenía atado alrededor del cuello. En otras fotos aparecía una caja grande de cartón y, en otras, una motocicleta.
“Lo encontramos ayer. No tardamos en identificarlo, pero hasta hoy lo pudimos relacionar con este número de celular. Lo mataron, lo ejecutaron mejor dicho… Usted no era la esposa, ¿verdad?”
La mujer movió la cabeza hacia los lados. Estaba a punto de desmayarse.
“Hace unos veinte días más o menos, él ganó mucho dinero. ¿Lo sabía usted?”
La mujer movió la cabeza hacia adelante.
“¿Cuánto?”
“Me dijo que había hecho una ‘vuelta’ y que había ganado suficiente pisto como para dejar la chamba, pero no me dijo cuánto”.
“¿Le dijo dónde guardó el dinero?”
“No; no me dijo nada de eso”.
“Bien. ¿Conoce a algún compañero con el que más se llevaba su novio?”
“No sé…, pero siempre lo iban a visitar unos compañeros que andan en una patrulla, la M1-X. Él se quedaba en mi casa los fines de semana, porque la esposa vive en Olancho…”
“¿Conoce a la mujer que estaba sentada a su lado?”
“No”.
“Bien. Espere afuera”.
La segunda mujer se sentó despacio. El detective le sonrió.
“Este no es su número, ¿cierto?”
“No”.
“Pero está a su nombre”.
“Sí”.
“Usted se lo dio a Marvin, mejor dicho, lo compró para él…”
“Sí”.
“Dígame donde está Marvin. Quedó como desertor de la Policía hace diez días. Creemos que él y un grupo de sus compañeros interceptaron a dos hombres, hace unas tres semanas, los asaltaron y los mataron. Les robaron más de tres millones de lempiras”.
La mujer abrió la boca y empezó a llorar.
“Marvin me dijo que se iba por un tiempo…”
“¿Para dónde?”
“A Nicaragua. Tiene familia en Chontales”.
“¿Lo vio con dinero?”
“Sí. Lo llevaba en una mochila…”
“¿Conocía usted a Joel XZ?”
“Sí; eran amigos”.
“Lo encontramos muerto ayer, en una caja”.
“Sí, me di cuenta.”
“¿Tiene alguna idea de por qué lo mataron?”
“Es que yo supe que se pelearon por un dinero, mi marido, Marvin, y dos de sus compañeros…”
“¿Quién es el otro?”
“Solo lo conozco por Martínez. Es alto y delgado, ojos verdes y mal encarado. De unos veintiocho años. Dijo que era Cobra pero que planchó y lo castigaron…”
“¿Se ha comunicado su marido, Marvin, con usted?”
“No; para nada. Tengo miedo de que le pase algo malo”.
El detective se puso de pie y llamó a uno de sus compañeros que esperaba.
“Hasta aquí llegamos… Al menos sabemos quiénes son los asesinos…”
“¿Vamos a inspeccionar la patrulla?”
“¿Para qué? De nada va a servir. Mejor comunicame con la Policía de Investigación de Nicaragua, y con Interpol. No creo que Marvin pase desapercibido en un lugar tan pequeño como Chontales…”
“¿Sabías que fuimos a la autopsia del policía…?
“¿Le vieron las cicatrices en la espalda?”
“Sí; una grande, de unos tres centímetros, y una más pequeña. El forense dijo que eran recientes…”
“Bueno, íbamos por buen camino”.
“¿Y los tres millones?”
El detective levantó los hombros y sonrió con un gesto de tristeza.