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"Sentimos un pujante desarrollo. Y ese sentir nos sobrecoge, nos hace temer un futuro anárquico, tememos que se pierdan los hilos que guían su equilibrio. Tememos que el ambiente que hoy tiene una armonía tan sugestiva se transforme en un conjunto sin interés y que este rincón que hoy nos enamora pierda su encanto”. Las palabras le pertenecen al arquitecto Julio Vilamajó. Y fueron escritas en su Estudio regional para Punta del Este, de 1943, alertando por el desarrollo urbanístico de la zona. Tienen casi 80 años. Y fueron casi proféticas: el principal balneario uruguayo se transformó en ciudad.
Se talaron bosques y los chalets dieron paso a torres de concreto. El sitio de descanso familiar perdió su bonhomía y mutó en un centro turístico internacional, con todo el alboroto que ello significa.
Y aunque los optimistas aclaren que todavía existen rincones prístinos del viejo Punta del Este (exclusivos para unos pocos afortunados), es un hecho que muchas construcciones emblemáticas cedieron a las presiones del mercado inmobiliario. Y que terminaron reducidas a polvo y escombros.
Según el historiador y subdirector de Cultura de la Intendencia de Maldonado Fernando Cairo, antes de la década de 1930 la “vida edilicia” de Punta del Este se limitaba a la península. Y su centro era la actual calle 10. Pero hacia 1938, se cambió el eje del balneario hacia la calle Gorlero. Se construyó el Hotel Casino Punta del Este (luego rebautizado Nogaró), surgieron los hoteles Miguez y Playa, la confitería La Fragata y se comenzó a utilizar la Playa Brava. Poco antes habían surgido las dos primeras urbanizaciones que respetaban el paisaje: Pine Beach (1936) y San Rafael (1937).“Punta del Este se expande hacia el bosque. Surgen los barrios-jardín que, durante décadas, caracterizaron al balneario. Pascual Gattás emprendió su primera obra de urbanización en 40 hectáreas. El arquitecto Juan C. Paseyro fue quien, con artística prolijidad, trazó sus calles, configuró sus manzanas y determinó el lugar de las plantaciones de árboles. Y en 1937 el contador José Pizzorno Scarone adquirió diez lotes de 15 hectáreas cada uno (es decir 150 hectáreas) sobre la playa San Rafael, y comenzó a plantar pinos. Se asoció con el español Laureano Alonsopérez y con Manuel Lussich y formaron la firma Fomento de San Rafael (Fosara). Así se urbanizó y formó el lugar”, explicó Cairo a Revista Domingo.Será en este barrio “alejado” del centro (que toma su nombre del naufragio de la fragata San Rafael ocurrido en 1763) y en su vecino Parque del Golf, donde se construirán posteriormente algunas de las majestuosas casas que hoy, desafortunadamente, son parte de la historia. “No deberíamos perder nunca el bosque urbanizado, aunque es un equilibrio que a veces es difícil de mantener, porque el turismo derrama riqueza. Y también está el derecho del propietario a vender”, reflexiona Cairo.El boom inmobiliario de la plata dulce argentina, durante la dictadura militar que gobernó el vecino país entre 1976 y 1983, demolió la casi totalidad de grandes propiedades de la rambla Claudio Williman sobre la Mansa. En su lugar, edificios de apartamentos de cuatro pisos y de base rectangular dieron cabida a una gran cantidad de familias de la clase media acomodada de Argentina. Algunas de las mansiones que cayeron por aquellos años fueron las de las familias Mailhos (ubicada cerca del muelle del mismo nombre) y Anchorena. También corrieron la misma suerte, en distintas épocas, edificios privados icónicos como el Hotel La Cigale (a cuyo frente estuvo Madame Pitot, una francesa que supo ser cocinera del ex presidente argentino Carlos Pellegrini), el Centro del Espectáculo de la Parada 4 de la Mansa (derrumbado en el año 2001) y la taberna y vivero Mariskonea, que desde mediados de la década de 1940 se encontraba en la rambla José Artigas y la calle 26. Por ese selecto local gastronómico sobre la Brava pasaron personajes de todo tipo, desde políticos como el entonces presidente Alberto Fujimori, el director general del FMI Michel Camdessus, y artistas como Omar Sharif, incluida la flor y nata de la farándula argentina.
Después que cerrara Mariskonea en 2003, el local fue comprado por una firma uruguaya que solicitó a la administración del entonces intendente Enrique Antía autorización para construir un hotel de lujo de 15 pisos. El pedido fue denegado. Y la misma respuesta fue reiterada después por el intendente Óscar de los Santos, aunque este último aprobó, en 2013, la demolición del inmueble que se encontraba a merced de los “okupas”. Otro fue el destino de las grandes mansiones ubicadas sobre la rambla Lorenzo Batlle Pacheco, que subsistieron las distintas explosiones inmobiliarias. Y a otros booms de obra que se dieron a comienzos de los noventa, con la convertibilidad de Menem y la mayor expansión de la construcción a partir de 2005 y hasta 2011.
Parte de la vida puntaesteña en chalets de lujo rodeados de naturaleza se vive, desde hace 70 años, en el exclusivo barrio Parque del Golf, donde el Hotel L’Auberge y su icónica torre de agua de estilo medieval son referencias. Sus propiedades han sido elegidas por mandatarios, políticos y figuras del jet-set y la cultura como George Bush, Eric e Ivanka Trump, el matrimonio Melanie Griffith-Antonio Banderas, Mario Vargas Llosa y Pelé. La torre nada tiene que ver con los tradicionales tanques en altura de OSE que forman parte del paisaje en muchos pueblos del Uruguay: fue construida en 1948 por el reconocido arquitecto argentino Arturo Dubourg y en su época suministraba el agua a todo el barrio. La marca de fábrica de Dubourg (responsable entre otras cosas de la urbanización de Los Troncos en Mar del Plata) era el ladrillo rojo a la vista, los techos a dos aguas con tejas francesas y las finas maderas y cerámicas para los interiores.A poco más de una cuadra del Hotel L’Auberge se encuentra una de las mansiones más conocidas construidas por Dubourg que -como informó El País- tiene sus días contados: la que perteneció a la empresaria argentina Amalia Lacroze de Fortabat (1921-2012). El chalet Aldebarán, situado sobre la avenida Laureano Alonso Pérez y la calle Del Agua, dará paso a un moderno emprendimiento inmobiliario.Según el escritor Diego Fischer, coautor del libro Al Este de la historia junto a Silvia Pisani, mucho antes de ser multimillonaria y la preferida de las revistas argentinas, “Amalita” veraneaba en una casa alquilada. Tenía 23 años, estaba casada con su primer marido, el abogado Hernán de la Fuente, y había nacido su única hija, Inés, cuando arrendaron el chalet Gaimán en la Parada 7 de la Mansa. “Éramos muy pocos, todos nos conocíamos y pasábamos el día en la Brava, protegidos del viento por unas carpas precarias, de colores, apenas unos postes, unas lonas y sin siquiera un clavo para colgar la ropa”, recordó una vez la empresaria.
El día de su cumpleaños, el 15 de agosto de 1955, Amalia recibió de Fortabat la foto de una mansión como regalo. Cuentan que le dijo “es tuya, queda en Punta del Este, podés hacer con ella lo que quieras”. Comenzó entonces un amor entre la empresaria y el principal balneario uruguayo que se prolongó por más de seis décadas.
Dice Fischer: “La casa tenía una historia propia, había pertenecido a uno de los primeros extranjeros que eligieron Punta del Este para vivir de forma permanente. En este caso fue un norteamericano, accionista muy importante del laboratorio que fabricaba el digestivo Alka Selzer. El hombre estaba gravemente enfermo de cáncer y buscó en Punta del Este el lugar para pasar sus últimos días. Pero lejos de morirse, se recuperó y vivió más de una década. Siempre atribuyó un poder curativo a aquellas playas semi desiertas abrazadas por bosques de pinos”.
Aldebarán fue recibida en herencia por Bárbara Bengolea, nieta de Amalia, quien falleció en 2012 con 90 años y veraneó allí hasta casi el final de sus días. En 2019, cuando ya tenía un notorio abandono, sus dueños pedían US$ 2.800.000 por la propiedad: una bicoca. La casa tiene 873 metros cuadrados construidos sobre un terreno de 16.441 metros y se divide en tres plantas. La principal posee una estufa a leña de grandes dimensiones, un living acorde, comedor y tres suites. En la segunda hay dos dormitorios en suite, una master suite con estufa a leña, vestidor, hidromasaje y terraza. Un ascensor conecta los tres pisos.
Muy cerca de allí, en el imaginario límite entre los barrios Parque del Golf y San Rafael, la piqueta puso fin en 2019 a una de las mansiones más emblemáticas de la zona. Loma Verde estaba a la altura de la parada 14 de la rambla Lorenzo Batlle Pacheco y fue propiedad de la familia Kaplan, famosa entre otras cosas por haber hospedado al fallecido presidente estadounidense George Bush. Su nombre provenía de su ubicación: sobre una loma que, gracias al meticuloso trabajo de varios jardineros, parecía más alfombrada que de pasto.
Fue diseñada por el arquitecto Guillermo Guerra y tenía una superficie construida de 1.495 metros cuadrados, en un predio de 5.148 metros. Levantada a fines de la década de 1970, tenía siete dormitorios y cinco baños, entre otras comodidades. La última enajenación de la vivienda se hizo por US$ 5 millones.
Uno de los mitos tejidos alrededor de esta mansión llevaba hasta Mohammad Reza Pahleví, el derrocado Sha de Irán. Alojado en la Isla de Contadora, y aquejado de una enfermedad que luego lo mató, el monarca ofertó una fuerte suma por Loma Verde. Se dice que la familia Kaplan ni se tomó la molestia de contestarle. El persa fue asilado en Egipto, donde murió a los 60 años, el 27 de julio de 1980. En el terreno que ocupaba Loma Verde se levantó un edificio de cuatro pisos.
Otro chalet de Dubourg que fue demolido en los últimos años, también en el barrio Parque del Golf, fue Malú. Se hallaba en la rambla Lorenzo Batlle Pacheco y la avenida Del Océano y fue escenario de varias fiestas que se hicieron en el balneario en las décadas de 1960 y 1970. La propiedad fue adquirida en algo menos de US$ 2 millones por un matrimonio argentino que tenía el objetivo de derribarla para tener una mejor vista de la costa y construir una piscina y otras amenidades en sus 5.400 metros cuadrados de terreno.
No muy lejos de allí se encuentra la mansión que utilizaba el propio Dubourg en sus estancias en Punta del Este (llamada Grey Rock, el apodo con el que se lo conoció cuando fue piloto de carreras de autos), la cual pasó luego a manos de un propietario brasileño. “Solo en Punta del Este debo tener más de cien casas, y otro tanto entre Buenos Aires, Mar del Plata y en countries de los alrededores de la capital”, dijo el arquitecto al diario argentino La Nación, en una entrevista concedida un año antes de su fallecimiento, ocurrido el 13 de setiembre de 2003.
La desaparición de Loma Verde presagió lo que vendría: el perfil de la zona comenzaría a ser tallado con el accionar de la bola sujeta a una linga de acero y colgada de una enorme grúa, o por el empleo de explosivos. En este contexto, la demolición del histórico Hotel San Rafel, realizada hace más de dos años y medio, marcó un hito: esfumó una de las postales más emblemáticas de Punta del Este. Todo el mundo espera que el megaemprendimiento del magnate Giuseppe Cipriani, que costaría unos US$ 450 millones, cambie radicalmente la skyline de la zona. Tanto Loma Verde como Malú y el San Rafael fueron demolidos por la misma empresa.
Reunida en sesión ordinaria el día 13 de marzo de 2019, la Comisión Asesora de Patrimonio y la Comisión Directiva de lade Arquitectos del Uruguay manifestaron su preocupación por la demolición del emblemático hotel de estilo Tudor. Entre otras cosas, los arquitectos advirtieron que el proyecto aprobado en favor del grupo Cipriani se hizo por medio de excepciones a la normativa vigente, y en contradicción con Ley de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sostenible (18.308). Hasta ahora, no hay más que un enorme hueco en el lugar donde se encontraba el San Rafael, que fue el corazón del barrio del mismo nombre desde el año 1939.
Gracias a acciones de la sociedad civil, notas de prensa o acuerdos entre el Estado y los privados, se han logrado preservar algunas construcciones emblemáticas que, en un mercado de fuertes presiones inmobiliarias, perfectamente podrían ser hoy parte de la historia. Una de ellas se encuentra en la propia “avenida” Gorlero: la vieja Estación del Este (hasta hace pocos años explotada por Ancap), con su torre y tradicional reloj. Esta edificación de la década de 1940 fue declarada monumento histórico y conforma, junto con el Cantegril Country Club y la Estación de Carrasco en Montevideo, una “trilogía” de obras proyectadas por el arquitecto Rafael Lorente Escudero.Otra propiedad que se salvó fue la Azotea de Haedo, construida a finales de los años 50 por el expresidente Eduardo Víctor Haedo para residencia de veraneo, en medio de un parque de varias hectáreas. Hoy es un importante museo y centro cultural. Ubicada en Bulevar Artigas y Mercedes, en el barrio de Cantegril, la Azotea de Haedo recibió la visita de personalidades como Rafael Alberti, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, el Che Guevara, Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou y Juan Domingo Perón.Más cerca en el tiempo, un reclamo social y de la comunidad de arquitectos logró impedir que se tirara abajo la casa Poseidón de la Laguna del Diario, la cual terminó siendo incorporada al proyecto inmobiliario que se desarrolló en el sitio. La modificación al diseño original, que permitió preservar la obra del arquitecto Samuel Flores Flores (1933-2017), contó con el apoyo tanto del oficialismo como de la oposición en la Junta Departamental de Maldonado.El 29 de enero de 2018, El País publicó un artículo informando sobre la “inminente” demolición de Poseidón, ubicada en la entrada a Punta del Este. La noticia generó la reacción inmediata de vecinos, del ámbito académico y de la propia familia de Flores Flores, que comenzaron a movilizarse para evitar que una de las postales más reconocidas del balneario desapareciera. También la Facultad de Arquitectura y la Comisión de Patrimonio emitieron declaraciones exhortando a evitar que la construcción, erigida a fines de la década de 1970, siguiera el mismo derrotero de tantas edificaciones de calidad que fueron demolidas en la península.