por Sarah Moreno
La madera tiene un significado especial para William González. Un pequeño bote de madera lo trajo de Cuba a Estados Unidos en 1994 y en Miami ha triunfado puliendo, reparando e instalando pisos de madera con un negocio familiar que abrió hace dos décadas.
Hoy, de su taller en el suroeste de Miami, salen guitarras clásicas o flamencas de alta gama para artistas de música popular, clásica y flamenca, como Amaury Gutiérrez, Luis Enrique, Albita, Rafael Padrón y José Luis de la Paz.
Piezas de palo santo de Brasil, palo santo de la India y ciprés, las maderas que emplea para construir sus guitarras; una foto de Paco de Lucía y Camarón de la Isla como inspiración y un dibujo al carboncillo de Antonio de Torres, están en las paredes del taller de Bill Glez. Ese es el nombre artístico de este luthier cubano que logró saltarse el cliché de que la construcción de una guitarra es una tradición de familia, porque no nació en el sur de España y su papá no era guitarrero sino zapatero.
Antonio de Torres, el “genio de la guitarra”, es el inventor de la guitarra clásica o española como la conocemos en la actualidad, va explicando González, que es uno de los defensores del gran luthier almeriense, también guitarrista, quien modificó la guitarra para amplificar el sonido y darle una calidad nueva.
El Stradivarius de la guitarra es la construida por Torres, pero a diferencia del reconocimiento que han recibido fabricantes de violines como Antonio Stradivari y Giuseppe Guarneri, Torres no ha tenido esa suerte, a pesar de que la mayoría de las guitarras que se construyen en la actualidad siguen sus planos.
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“La guitarra es medida y matemática, pero el fabricante le pone su ADN”, dice González, indicando que los detalles se van aprendiendo con la experiencia.
“La madera me dice ‘no me toques más’, suelen decir los constructores de guitarra”, añade, contando la anécdota del día en que le preguntaron a Torres el secreto de la guitarra.
“Está en la yema de los dedos, respondió”, cuenta González, que hace cinco años, buscando una distracción para la intensidad de trabajo que exigía su compañía de pisos de madera, Obellis Wood Floors, decidió construir su primera guitarra a petición de su hija, quien estaba estudiando música.
En vez de tomar notas y estudiar, González recuerda que se lanzó de cabeza al proyecto. Compró materiales, buscó algunos datos en internet y, en una mesa en el patio, construyó su primera guitarra.
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#TuNoticiaLocal“La hice completamente manual, sin ninguna herramienta”, cuenta. Se levantaba por la madrugada después de tener “una visión” y la ponía en práctica.
Pero lo que construyó entonces fue un “mueble”, porque la guitarra necesita detalles, ajustes, que la suya no tenía, apunta.
No fue hasta las guitarras número ocho y nueve, que se sintió seguro de que podía construir unas adecuadas para interpretar conciertos y escucharse en un auditorio.
En esa nueva carrera a la que se lanzó con el apoyo total de su esposa señala dos puntos de inflexión: el reconocimiento del profesor y guitarrista miamense Rafael Padrón, quien prueba sus guitarras y le indica si algo no está bien, y las enseñanzas que recibió de uno de los constructores más importantes, el español Pablo Requena, con quien pasó un curso de un mes en Málaga.
“Con él no aprendí a hacer una guitarra, sino cómo funciona una guitarra y qué herramientas hacen falta para construir una de alta gama”, dice González, indicando que la guitarra de alta gama requiere tres características importantes: la belleza del instrumento físico, la facilidad para tocarla y el sonido.
A sus 51 años González está inmerso totalmente en esta segunda carrera. Cada vez menos involucrado en la compañía que lleva con su esposa y su hermano gemelo, dedica la mayoría del tiempo a construir sus guitarras, que pueden requerir hasta tres meses en el taller, entre el proceso de fabricación y la espera para los toques finales.
Una guitarra clásica suya, que suele construir por encargo, puede costar entre $7,000, las de palo santo de la India, y $10,000, las de palo santo de Brasil, una madera más cara que estaba en extinción y hace poco le levantaron la veda.
Las guitarras flamencas, que se fabrican con madera de ciprés, son un poco más económicas y cuestan sobre $5,500.
La fabricación de guitarras le ha aportado otros tesoros, como la amistad con músicos que van a su taller a probar las guitarras y pasan hasta una hora tocando. Ese es el caso del guitarrista flamenco nacido en Huelva, José Luis de la Paz, quien nombró “Manuela” a la guitarra que le hizo el luthier.
“Tengo que dejar lo que estoy haciendo para oírlo porque eso no se da todos los días”, dice González.
Admirador de Amaury Gutiérrez, González fue a unos de sus shows y lo invitó a su taller, con la sorpresa de que al día siguiente, después de una noche de trabajo, el cantautor cubano estaba en su casa puntual a las 10 de la mañana.
“Me regaló una tremenda guitarra, es un privilegio y un lujo”, dijo Gutiérrez a el Nuevo Herald, señalando que la guitarra de González se aviene con lo que busca en el instrumento, la profundidad y el sonido brillante.
“La madera y la mano del luthier tienen mucho que ver. El se aplicó, fue a la fuente, tiene un talento extraordinario y además invirtió su tiempo y dinero en estudiar”, dijo el cantautor cubano sobre González.
También tiene una de sus guitarras Luis Enrique, quien grabó con esta tres canciones para su disco más reciente, y Albita está esperando otra guitarra de González, quien ya eligió la madera para fabricarla.
Al mismo tiempo González, que de joven aprendió a acompañarse con la guitarra para formar un grupo musical con su hermano y otros amigos del barrio, ha tenido la satisfacción de tocar una guitarra que pertenece a uno de los grandes del instrumento, su compatriota Leo Brouwer.
En uno de sus paseos por el sur de España, decidió visitar el taller de otro reconocido luthier, Paco Santiago Marín, a quien recordaba además porque había estado varias veces Cuba.
Marín no se encontraba en ese momento en su taller de Granada, pero decidió esperarlo tomando unas “cañas” en el bar vecino. Al regresar el luthier lo recibió con amabilidad y le mostró la guitarra de Brouwer, que González probó tocando una canción de los Beatles.
En 1994, durante la crisis de los balseros, William González se montó en un bote en Cojímar, un pueblo costero de La Habana y vino para Estados Unidos, sin avisarle a su familia.
“Se enteraron porque salimos en el Canal 51. En el bote nuestro venía una señora de 82 años, la persona de mayor edad que había llegado hasta entonces por esa vía”, contó González, indicando que fue un vecino el que lo vio en la televisión y le dijo a su papá de que uno de los “jimaguas” estaba en Estados Unidos.
William González y su hermano Wilfred, quien hoy trabaja con él en la compañía familiar, Obellis Wood Floors, tenían habilidades artísticas desde niño, modelaban en plastilina los personajes de las películas y dibujaban a amigos de la familia.
Hicieron la prueba para entrar a la Academia de arte de San Alejandro, pero no fueron aceptados, porque como dice González, ellos eran de una familia que vivía en un mundo aparte, que no integraba ninguna organización política y por eso seguramente no los eligieron.
Igualmente, los hermanos González desarrollaron sus habilidades artesanales fabricando zapatos desde los 11 años, un oficio que aprendieron de su padre.
“Mi tía nos mandaba las revistas de Estados Unidos y le decíamos a las personas que eligieran el modelo”, cuenta González.
Ya en este país, después de trabajar unos años en Publix, donde conoció a su esposa, se fue a ayudar a un amigo que tenía una compañía de pisos. Su primera escalera la hizo en tres semanas, un acto de valentía, porque la única experiencia que tenía era haber sido ayudante de su amigo en la construcción de una.
En determinado punto decidió abrir su propio negocio, y para ello contó con el dinero que ganó en una competencia de canto en Sábado Gigante, de Univision. Primero tuvo el favor de El Chacal, el famoso personaje disfrazado que tocaba su trompeta, y ganó $4,000. Luego fue por el carro y se lo ganó, y como no lo quería, en el concesionario le entregaron un cheque por $17,000, que empleó para comprar un van, herramientas y un fondo para abrir una pequeña oficina en Miami Springs.
La compañía comenzó a crecer primero con pequeños encargos de privados y después de contratistas, dedicados a grandes proyectos, con los que ha trabajado más en los últimos 10 años.
“Mi compañía creció porque somos muy trabajadores”, dice González, que no cree en la suerte.
“No, no tengo suerte, lo que hacía todos los días era levantarme a las 5 de la mañana, para estar a las 6 en la calle, cargar madera y dirigir a la gente, y si hacía falta ponía clavos”, recuerda.
A veces pasó momentos malos, como en la crisis de bienes raíces del 2008, cuando estuvo a punto de perderlo todo, pero siempre priorizó el salario de sus “muchachos”, a quienes no le gusta llamar empleados.
Hoy quiere irse retirando poco a poco y seguir adelante con otros proyectos, como la enseñanza de la fabricación de guitarras y una tienda en línea de guitarras, en la que venderá instrumentos de colección y a todos los precios, en respuesta a padres que lo llaman buscando una guitarra de calidad de $500 para sus hijos.
Sueña también con abrir una tienda física, en la que además de guitarras, haya una sala de conciertos y una galería.
Nada mal para alguien que llegó solo, con un short y un pulóver porque hasta los zapatos perdió en la travesía en balsa.
Para comunicarse con William González, Bill Glez, para obtener información sobre la fabricación de guitarras clásicas, puede ir a su pagina billglez.com
Si conoce a una persona cuya historia de superación personal y profesional pudiera ser reflejada en esta serie de perfiles de el Nuevo Herald, se puede comunicar a smoreno@elnuevoherald.com o gguerra@miamiherald.com.