Quedan pocas, algunas se confunden con las casas del barrio y otras con algún negocio como tantos que hay en el centro. Pero al cruzar la puerta da la sensación de ingresar en otra dimensión. Las reparadoras de calzado ya no son ese negocio casi obligatorio a la hora de reparar unos bototos viejos de trabajo, o el zapato de colegio previo al ingreso a clases. Ahora, hay tanta variedad en el mercado y de distinta calidad que la mayoría opta por cambiarlos en lugar de enviarlos a reparar.
Sin embargo, es un oficio que se niega a morir, aunque quienes lo ejercen, reconocen las dificultades de que su ejercicio pueda perdurar. En el centro de Punta Arenas hay una buena cantidad de estos talleres, donde esforzados zapateros se las ingenian para dejar como nueva esta fundamental prenda de vestir.
En Croacia, entre Armando Sanhueza y Chiloé, Arsenia Cárdenas Vera está a cargo de la reparadora Arnel, que cumplió 24 años en este rubro, primero en la galería Acapulco (actual Patagonia) entre 1985 y 1995 bajo el nombre de Araucaria, para después reabrir en 2006 en este sector. “La reparadora de calzado nunca va a morir”, afirmó de entrada la dueña, ya que cuenta con una clientela que le permite mantener tranquila su negocio. “Trabajamos con zapatos de cuero, porque el sintético se pierde y no dura nada, cambiamos plantas, media planta, costuras, contrafuertes; pero además arreglamos carteras, chaquetas, cierres, estuches, mochilas, velcros, especialmente en enero y febrero”, detalló Arsenia Cárdenas, que sindica a diciembre como el mes de menor movimiento.
Pese a no contar con un despliegue publicitario casi nulo “siempre llega gente nueva, por la atención que damos y el trabajo, se van dando los datos. Pero igual ha pasado que gente de la época del Acapulco me ve y nos pregunta dónde estamos”, contó Cárdenas, que trabaja con el maestro César Huelén.
En el taller ocupan nueve máquinas de costura y el material lo traen desde Santiago, y aunque reconoce que no está en este negocio para ganar dinero, Arsenia Cárdenas concluye recalcando que “este oficio me dio la satisfacción de tener un terreno y una casa”.
A la antigua
En Pedro Montt, entremedio de un café y una agencia de viajes, se halla la reparadora Austral, en la que José Trujillo mantiene el legado de su padre José Juvenal Trujillo Mansilla. Junto a su esposa Marcia Henríquez y su pequeño hijo, Trujillo se disculpa diciendo que tiene mucho trabajo, lo que se puede apreciar en la gran cantidad de zapatos que se ve en el local.
Sin embargo, aunque de entrada dice que a quien debiéramos entrevistar es a su padre, Trujillo demuestra que la zapatería es algo que lo apasiona, tanto así que con entusiasmo muestra cada una de sus herramientas y máquinas, como la pulidora o las hormas de fierro, de madera y plástico, así como el cuchillo zapatero, especial para dar forma a las suelas, por ejemplo.
“Llevo quince años con mi viejito, aprendí de niño en realidad, me llamaba la atención para hacer mis pesos, pero con el tiempo le fui tomando afecto. No es tanto por el dinero que el zapatero trabaja, sino por el reconocimiento de cómo se sorprende la gente cuando ve el trabajo que hicimos; pero es un oficio que en Chile se está perdiendo bastante. Mi papá aprendió a los 13 años y de ahí me lo traspasó, aunque al principio yo no quería, pero me di cuenta que me encanta, es un arte, un oficio esto de la zapatería”, manifestó José Trujillo.
La tienda partió en calle Roca, de ahí se trasladó a O’Higgins, hasta su actual ubicación. Sin embargo, su padre tenía su reparadora en calle Ovejero, en la población Gobernador Viel, “aunque él toda su vida fue el zapatero de la Armada”, destacó.
Respecto de los cambios que acarrea el tiempo, Trujillo indica que “la zapatería no ha cambiado mucho. Antiguamente el zapatero trabajaba el calzado, lo pulía, lo lijaba con una tapa de betún a la que hacían hoyitos y quedaba como lija, con escofina. Ahora no, uno tiene todas las herramientas adecuadas”. Lo que sí cambió, fue el comportamiento de la clientela, puesto que “hubo un tiempo en que la gente dejó de venir a reparar zapatos, porque realmente se le hacía más fácil ir a comprar un par, pero se daban cuenta que cuando querían arreglarlo, como era de bajo costo y por ende, de baja calidad, no lo podían arreglar porque eran chinos, sintéticos, desechables, no se les puede poner una tapilla. Ha llegado gente a la que se les ha partido la suela por la mitad, es porque no es goma, la goma no se parte; son sintéticos, y ahí no se puede reparar. Antiguamente las cosas se hacían para durar, pero ahora por el consumismo, vayas comprando a cada rato. Un par de zapatos te dura con suerte, un año, y revientan”, explicó Trujillo.
Hay clientes que no cambian. “Hay estancieras antiguas que siempre vienen, los hijos, los nietos, porque como mi papá llevan tantos años, se pasan el dato. No tenemos avisos ni publicidad, y todo al contado, a la antigua”, apuntó.
Ni ahí con los chinos
Otro reparador de calzado que lleva años en este oficio es Eleodoro Ulloa Mayorga. Este folclorista llegado desde Chiloé, en medio de los zapatos que tiene en su taller llamado “Carolita” en Avenida Martínez de Aldunate, donde también arregla guitarras, entregó su particular pensamiento respecto de este trabajo. “No recuerdo bien cuándo empecé pero deben ser hace unos 65 años. Aquí llevo 17 años, pero estuve en el centro, en Chiloé entre Errázuriz y Balmaceda; en Pérez de Arce, en la Fitz Roy, en la Simón Bolívar. En Punta Arenas llevo trabajando unos 45 años. Yo soy de la ciudad de la cultura y el saber: Ancud”, repasó.
Ulloa no se considera solamente un reparador de calzado, sino que se considera maestro, porque “puedo diseñarle un par de zapatos, le puedo cortar, costurar y vender; no coloco tapillas nomás ni costuras. Si encuentran otro como yo en Punta Arenas, le arreglo unos zapatos gratis”, bromeó.
Fiel a su estilo directo para decir las cosas, al ser consultado por el estado actual del negocio, manifestó: “Los chinos nos tienen cagado, maestro; nos cagan los chinos y nos cagan nuestras autoridades, que para desgracia elegimos nosotros. Porque ellos traen estos zapatos, chinos, como si acá no hubiera maestros, hay fábricas cerradas en Santiago, y los chinos traen mierda, pero ¿quiénes los compramos? En el centro, puede que en cinco años no haya ninguna reparadora de calzado, porque los chinos están matando la plata”. Ya entusiasmado por su crítica, prosiguió: “No estoy en contra de que se importe zapatos, pero que haya una comisión revisora de calidad, que entre calidad”, sugirió.
En ese sentido, Eleodoro Ulloa recordó la época “del puerto libre, en la que el par de zapatos más malo que llegaba, duraba cinco años, y dándole todos los días. Ingleses. Esos zapatos los vendía y regalaba la gente sólo porque se cabreaban de usar siempre los mismos. Mi Chile lindo se ha convertido en un receptáculo, basurero, chino, ¿y a quién le reclamamos?”.
Por lo mismo, reconoce que en su taller se mantiene “haciendo costuras, costurando zapatillas. Me mantengo porque me mantienen mis hijos, para que no me encierre en la casa, esto es parte de mi vida, este trabajo lo quiero. Empecé cuando ni siquiera había cumplido 14 años”.
Mientras tanto, en Avenida Frei, pegado casi al servicentro que hay con Avenida Salvador Allende, en la población Calixto, la reparadora “La Unión” lleva casi 16 años arreglando el calzado de los vecinos del sector. Aunque como también reconoció la dueña, Eliana Ampuero (que trabaja junto a su esposo Manuel Navarro), “ha bajado muchísimo, hay meses súper bajos, como enero, y el invierno, porque la gente usa más botas”. De todas formas, se defienden con el material que traen desde Concepción, como gomas, tapillas y plantillas.
Finalmente, en el centro, donde están los estacionamientos de la galería Patagonia, la reparadora Gaffi, de Grafiliano Barría Maldonado, también trajo desde Chiloé este oficio. “Yo era del campo y tomaba pensión en Ancud, ahí el dueño tenía reparadora y como a los 18 aprendí. Llegué a Punta Arenas en el 95 y al año siguiente empecé en ‘El Chuncho’, hasta el 2007. Me independicé y de 2008 estoy acá”, rememoró.
Tal como sus colegas, Grafiliano Barría apunta a los meses de invierno como los más críticos, al igual que en el verano, después de las fiestas de fin de año. En su taller hace reparaciones de medias suela, cambio de taco en zapato de dama y varón, plantas completas, tapillas, costuras. “Trabajo con tipo de zapatos, porque el zapato chino es normal que se despegue, lo compran y se despega, entonces una semana lo traen de vuelta, así que se pega y se cose, es la única manera, si no, no dura”, contó.
Reconoce que trabaja solo, “porque es un poco mejor que trabajar con patrón, uno hace su horario, de las 9 y media de la mañana hasta las 7 de la tarde, de corrido, no cierro al mediodía”, y que más que un trabajo, “esto es como un pasatiempo”, pensamiento acorde al de muchos que escogieron este oficio.