Pablo Casado lo ha vuelto a hacer. Ha cogido la maleta, ha subido a un coche y se ha plantado en una granja perdida de Castilla y León, o sea la España vaciada. Allí, ante un concurrido aforo lleno de ovejas, ha posado electoralmente para los fotógrafos de prensa y se ha dedicado a darle estopa al Gobierno sin ton ni son con su habitual panoplia de mentiras, bulos, manipulaciones y medias verdades.
En realidad, la polémica del ministro Garzón sobre las macrogranjas daba para un par de días de titulares y tertulias y pare usted de contar. Pero así es Casado, cuando toma una linde ya no hay quien pueda pararlo. El hombre ha visto cacho y filón en el temita y no le motiva otra cosa que las macrogranjas. Para él no hay otro asunto importante en este país, ni la situación económica, ni la corrupción (tiene muchos casos abiertos que afectan al PP coleando en los juzgados, pero de eso nunca habla) ni siquiera el conflicto en Ucrania que puede desencadenar la Tercera Guerra Mundial en cualquier momento. Macrogranjas, macrogranjas y nada más que macrogranjas. Por lo visto, ha debido creer que la ciudadanía está todo el día pensando en esta cuestión, cuando el asunto de la calidad de la carne ocupa el puesto 1.528 en el ranking de preocupaciones de los españoles. Pero él cree que esta es la bomba definitiva que puede acabar con Sánchez y va a explotarla hasta el final. Pobretico, dejémoslo con sus delirios que enseguida se le pasa.
Casado vive un constante día de la marmota (en este caso de la oveja) y ya no le interesa nada más, bueno sí, los fondos europeos, esa otra obsesión que lo tiene atrapado, esa otra ventolera que le da a menudo sin que nadie sepa muy bien por qué. ¿Acaso no es algo bueno para España que los señores del capital europeo se pongan espléndidos por una vez, abran el grifo del BCE y nos rocíen con 140.000 millones de euros que nos vendrán de perlas a los españoles? ¿No es un milagro que nos llegue todo ese chaparrón de dinero? Pues no, ahí está Casado, malmetiendo cada día para que nos quiten las ayudas. Qué chiquillo, qué desviado tiene el punto de mira de la estrategia política. Y en esas está. Cuando le asalta la neurosis contra el maná que tiene que llegarnos de la UE (una manía recurrente que solo entiende él) se da un garbeo por Bruselas, despotrica un rato ante los jerarcas comunitarios, se airea un poco, se toma unas chocolatinas de Brujas, que son relajantes, y otra vez para casa. Y así funciona el jefe de la oposición. A impulsos, a arrebatos, a teleles. Pura visceralidad irracional, pura demagogia. Como cuando dice que las macrogranjas no existen ni contaminan pese a que todos los datos le desmienten y los habitantes de la España vaciada están hartos de la ganadería intensiva.
Pero eso de que el líder del PP se escape con frecuencia a las alquerías apartadas del mundanal ruido, como la cabra que tira al monte cada vez que tiene una idea brillante que comunicar al país, empieza a tener su lado freudiano. ¿A qué se debe esa manía irrefrenable que le ha entrado por andar todo el día en corraletas, chiqueros, pocilgas, establos, gallineros y vaquerías? ¡Sal de ahí, hombre, que te vas a poner perdidos los zapatos de charol! Hoy mismo el gran Javier Aroca ha sugerido con acierto que los chicos del Partido Popular se disfrazan sin pudor de rurales cuando tienen que ir al campo a rapiñar el voto de la España vaciada. Como son de natural pijo, llegada la hora de hacer campaña electoral, véase estos días en Castilla y León, salen corriendo a las boutiques caras de Madrid para comprar boinas de cuadros, botas y chalecos de pana y aparentar que son más de campo que un botijo. Creen que, de esta manera, pareciendo catetos, darán el pego, convencerán a los indecisos del agro y sacarán miles de votos. En realidad, esa forma de hacer campaña es una falta de respeto a los que viven en el interior, además de una estrategia ridícula y fallida, ya que las gentes del pueblo son sabias, no se las dan con queso tan fácilmente como ellos creen y cuando ven llegar a un señorito de ciudad travestido de Paco Martínez Soria, con el falso bastón y la gallina de plástico en una jaula, lo calan a la legua. O sea que les molesta que los tomen por tontos de provincias, de modo que acabarán votando a los de Soria ¡Ya!, paisanos de los suyos de toda la vida que cualquier día dan el sorpasso al PP.
Está claro que Casado ve al pueblo como un rebaño de borregos, por eso disfruta rodeándose de ganado lanar, lo cual que estamos ante una metáfora perfecta del populista demagogo que atrae a las masas y que empieza a dar mucha grima por lo que tiene de degradación de la democracia y de sí mismo. Ya dijo Tierno Galván que en política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal. Lo malo es que el eterno aspirante a presidente está llevando el axioma del gran profesor demasiado lejos y empieza a dar claros síntomas de enganche y cuelgue peligroso al abono. Él insiste en meterse entre purines y estiércol, una y otra vez, para ejecutar el numerito circense del candidato concienciado con el mundo rural que sostiene una tierna ovejita entre sus brazos, como aquella Carmen Sevilla que reventaba las audiencias televisivas en los noventa. Obviamente, Casado aspira a ser la Carmen Sevilla de la política de hoy y ya sueña todo el tiempo con ovejas eléctricas, como los androides de Philip K. Dick. Seguro que por las noches se queda dormido contando borreguillos en los jardines de Moncloa. Algún día aprenderá que los animales tienen alma, son inteligentes y se coscan de todo. Por eso, cuando se deja caer por una macrogranja para hacer el teatrillo de variedades y dar la brasa delante de los pobres animales, sonrisa falsa de vendedor de dentífricos, las ovejas dejan de rumiar y se miran unas a otras extrañadas para preguntarse: ¿Pero de qué criadero ha salido este tío? Beee.