El 30 de noviembre de 2021, el gobierno francés decidió otorgar, y con razón, el máximo honor de ser enterrado en el Panteón a la bailarina y cantante de origen estadounidense Joséphine Baker. De los 80 personalidades que yacen en este mausoleo, es la sexta mujer y la primera negra y artista escénica en recibir este reconocimiento. Reposará juntos a otros iconos de la nación, tales como Émile Zola, Victor Hugo, Marie Curie, Voltaire, Jean-Jacques Rousseau y Simone Veil. El día del evento no fue elegido al azar, marca el aniversario de la adquisición de parte de la artista de su nacionalidad francesa, en 1937, cuando se casó con el industrial judío Jean Lion (nacido Levy).
Uno de los motivos de este reconocimiento, es el papel de resistente y militante contra el antisemitismo que jugó durante la Segunda Guerra Mundial. En la Francia ocupada de 1940, después del llamamiento del 18 de junio del General De Gaulle, rechazó cantar para los nazis y se convirtió en espía para las Fuerzas Francesas Libres, sirviendo de tapadera a Jacques Abney, jefe del contra-espionaje, durante sus giras internacionales. También cantó en el frente para animar los soldados y trasmitió mensajes secretos camuflados con tinta invisible en sus partituras e incluso en su escote. Cuando aceptó su misión, le confió a Abney: Es la Francia que hizo lo que soy, le guardaré un reconocimiento eterno. La Francia es dulce, donde es bueno vivir para nosotros gente de color, porque no existe prejuicios racistas. No me convertí en la niña querida de los parisinos? Me lo han dado todo, en particular su corazón. Yo les he dado el mío. Estoy lista, capitán, a darles mi vida. Puede disponer de mí como lo desea. Por sus contribuciones, recibió en 1943 de parte de De Gaulle una Cruz de Lorraine de oro, que decidió vender en subasta por 350.000 francos a beneficio de la Resistencia; y después de la guerra, la Legíon de Honor y la Medalla de la Resistencia.
También es digno de ser recordado su papel en la lucha contra la segregación en su país de origen. Nacida en 1906 en San Luis, Missouri, sufrió todos los tormentos a los cuales eran sometidos los de su raza. Abandonada por su padre, un músico negro de honky-tonk de origen español, sufrió maltrato por parte de su madre, mitad negra y mitad apalache, quien la mandó a trabajar como sirviente a la edad de ocho años. A los trece se casó, y al año año siguiente ya estaba divorciada dos veces, llevándose como único bien, el apellido de su segundo marido, el guitarrista de blues Willie Baker. Dijo que después vivió en las calles de San Luis, alimentándose de restos de la basura y bailando para no morir de frío. Cuando ya famosa emprendió una gira por Estados Unidos, fue la primera en romper la segregación en Las Vegas, pero se convirtió en persona no grata del FBI cuando denunció el dueño del Stork Club de Nueva York, quien después de permitir que se sentara en su local rechazó servirla por ser negra. Tras el incidente, cambió la letra de su famosa canción “J’ai deux amours, mon pays et Paris” (Tengo dos amores, mi país y París) por “J’ai deux amours, mon pays c’est Paris” (Tengo dos amores, mi país es París). Y en 1963, vestida de su uniforme y medallas militares francesas, militó contra el racismo en la Marcha sobre Washington por los derechos civiles, durante el cual Martin Luther King dio su famoso discurso “Yo tengo un sueño”. Fue de hecho, la única mujer en pronunciar una alocución durante la manifestación. En esta época, en Francia, ya estaba militando a nivel particular para que “haya una sola raza humana”; había adoptado doce niños de orígenes y culturas diferentes para formar en su castillo de Les Milandes, lo que llamaba su “tribu arco iris”, la concretización de su ambición de dar vida a su “ideal de fraternidad universal”.
En Colección Gladys Palmera, también queremos destacar su papel de diva negra. Fue una pionera que abrió en Europa el camino a la aceptación de los artes afro y de lo exótico: el baile afro-americano, la música antillana, los ritmos afro-cubanos, la frenesí africana. Antes de llegar a París,hacía cinco años que luchaba como artista de vodevil en Estados Unidos. Primero en un trío de artistas callejeros, el Jones Family Band, y luego con los Dixie Steppers, hasta lograr alcanzar Broadway participando en el musical negro “Shuffle Along”. Después de una gira, se unió a los Chocolate Dandies en 1924 y más tarde entró en el Plantation Club, donde fascinó a la esposa de una agregado comercial de la embajada de Estados Unidos en Francia, quien decidió contratarla para presentarla en París, un eldorado para los artistas negros, y “hacer de ella una estrella”. Debutó en capital francesa el 2 de octubre de 1925, en la Revue Nègre.
Su exótica manera de bailar el charleston y su desinhibida “danza salvaje” en la que, vestida solamente de una cintura hecha con plátanos de tela, se inspiraba de animales como la serpiente, la pantera o el mono, fueron un éxito inmediato y salvaron el Teatro de los Campos Eliseos de la bancarrota. Se convirtió en la sensación del momento, en el ícono de la liberación de la mujer en esos años locos en los que los vestidos y el cabello se hacían más cortos. En 1927, con solo 21 años, ya lideraba el Folies Bergère, montó su propio cabaret (Chez Joséphine) y apareció en su primera película La sirène des Tropiques, a la que seguirían Zouzou (1934) y Princesse Tam Tam (1935), en la que baila una rumba desenfrenada.
En 1930, salieron sus primeros discos, y en 1936 grabó acompañada por los Lecuona Cuban Boys, dos congas de Armando Oréfiche, Mayarí y La conga Blicotí. Un disco de 78 rpm de marca Columbia atesorado en nuestros fondos dedicados a la música afro-caribeña; al igual que algunas de sus fotografías realizadas durante sus viajes a Cuba por Armand, el fotógrafo de las estrellas, a principios de los años 50; o el long-play que grabó en 1966 en los estudios Egrem de La Habana, bajo la dirección musical de Tony Taño. Pero en Gladys Palmera, queríamos adquirir algo más de la “Venus de Ébano”, algo tan único como ella, algo que no fuera objetos producidos en serie. Primero en octubre de 2018, fue un par de zapatos que le pertenecieron: un modelo creado especialmente para ella en los 50 por Aurèle, maestro zapatero, y constituido por 158 piezas multicolores y onduladas de piel de cordero. Y un año después, adquirimos en una subasta en Saint-Jean-de-Luz, en el País Vasco francés, un lote de 55 placas negativas de vidrio atribuidas a Walery y Varsavaux, representando a artistas de music-hall de los años 20.
En este conjunto, además de placas de Mistinguett, hallamos unos objetos de suma importancia, testimonios de los debuts de Joséphine Baker: los negativos originales de algunas de sus primeras fotografías icónicas realizadas en 1926 por el estudio Walery. Para ser más preciso, una vista “plena placa” de 18 x 24 cm, en la que posa con plumas, y otra de mismo tamaño pero dividida en dos vistas en la que exhibe su famosa cintura de plátanos. Estos negativos sirvieron, tras el éxito de la diva, para publicar postales promocionales e ilustrar páginas de la revista Paris Plaisir, que también conservamos en nuestra biblioteca.
El experto en fotografías antiguas, Rubén Morales, conservador-restaurador de patrimonio fotográfico, confirmó el carácter excepcional de estos negativos: De manera indiscutible son piezas originales y únicas. Y además muy bien conservadas. Siempre habría que hacer una copia digital en caso de que se degradasen. Es verdad que el vidrio aguanta mejor que el plástico. Siempre está el riesgo de que se rompan y tienen su espejo de plata, pero no se va a perder la imagen en muchos años. De hecho estas placas llevan casi un siglo y montando un set especial se podría conseguir excelentes reproducciones. Otras características de estas placas son los retoques: se puede notar cómo utilizaban grafito. Era un lápiz muy afilado con él que difuminaban algunas zonas y contornos de los modelos que consideraban antiestéticos. También se puede notar algunas placas que tienen máscara roja. Esto también servía para adelgazar los modelos. Se ve que retocaban todo, a tope: las venas de las manos y de los pies, el cuello, las arrugas, la línea de expresión, el hombro, las rodillas. En un estudio grande, como el de Walery, que fotografiaba estrellas, es probable que tenían un equipo de retocadores. No lo hacía él mismo. En el caso de las placas de Joséphine Baker tuvieron muy poco trabajo, hay muy pocos retoques; es decir que o tenía un cuerpo considerado como perfecto para el canon de belleza establecido de la época, o con ella se estableció un nuevo canon. En la placa dividida, aprovechaban una misma placa para hacer dos tomas consecutivas. Tenían un objetivo con una máscara puesta. Entonces, hacían una foto, movían el objetivo y disparaban la otra.
Con la conservación de estos negativos de vidrio en Fundación-Colección Gladys Palmera, esperamos, a nuestra escala, perpetuar la memoria de una militante de todas las libertades e ícono de todas las músicas negras.
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