Un hombrecito que no supera un par de centímetros está rompiendo la base de madera que lo sostiene. Un caballo de porcelana cuya crin es un cepillo para lustrar zapatos mira fijo a una mujer diminuta. Una abuelita teje un mundo de lana que la centuplica en tamaño. Otra abuela sostiene un extremo de un océano de flores de tela azul.
Los universos que construye Liliana Porter se alimentan sin descanso de pequeños objetos y figuras que la artista detecta y adquiere en cada lugar que visita. Luego, se suman a una suerte de elenco en stand by que espera el momento de la convocatoria: pueden ser puestos en "diálogo" con otra figura similar o destinados a una confrontación poética con juguetes de otra especie o naturaleza radicalmente distinta.
Todo es posible en estos encuentros, pero lo que sucede con mayor frecuencia es una ruptura, un breve viaje a lo inesperado y la casi simultánea convicción de que esas dos cositas que se encuentran nacieron la una para la otra y que nada en el mundo podría romper la relación que acaban de establecer.
Una muñeca, un viajero, un reloj cuyas piezas generan el estupor de un hombrecito (último diminutivo, prometido) que no sabe qué hacer con ese mecanismo destripado, un oso que mira a una viejita (promesa rota) estampada en una azucarera, un Cristo-lámpara encarado con un pingüino de plástico. El elenco potencial es infinito, al igual que la posibilidad de cruces.
Parte de esos mundos y otras obras de Liliana Porter se pueden ver en el Museo Caraffa. La muestra incluye fotografías, grabados, collages, instalaciones, dibujos y videos de esta artista nacida en Buenos Aires y radicada desde 1964 en Nueva York.
Algunas piezas como La tarea (flores azules) son emblemáticas. Allí Porter condensa una serie de predilecciones por los "trabajos forzados" (a menudo, las situaciones muestran a las miniaturas frente a tareas imposibles), la escenificación en un contexto vacío y las capas de tiempo congeladas: aunque nada se mueve, la narración se activa.
Porter enrarece la mirada, le hace una breve trampa (como esas mentiras blancas que esconden un fin benéfico), pero ese es sólo el primer paso en su poética del desconcierto, ya que el encanto que produce la obra radica en su capacidad para hacer que la escena extraña se vuelva familiar y que el viaje visual pueda ser, según el caso, tan siniestro como hermoso, tan dramático como tierno.
Para ver. La muestra de Liliana Porter se exhibe en el Museo Caraffa (Poeta Lugones 411). De martes a domingos y feriados, de 10 a 20. Entrada general: $ 15. Jubilados, estudiantes y menores: gratis. Miércoles: entrada libre.